El por qué de las vacas locas y la agricultura ecológica.
Víctor Gonzálvez, Coordinador Técnico de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE).

El hallazgo de los dos primeros casos de encefalopatía espongiforme bovina (EEB), más conocida por la enfermedad de las «vacas locas», en Galicia y el descubrimiento de que en muchos de los casos aparecidos en Francia las vacas no consumieron piensos con subproductos cárnicos, ha puesto de actualidad el tema de la seguridad alimentaria. No estamos ante un fraude comercial, como políticamente se ha querido explicar el Síndrome Tóxico en España, en lugar de aceptar las pruebas del envenenamiento por organofosforados. Ahora se pone en tela de juicio la política agraria que ha olvidado ciertos principios y procesos biológicos básicos, permitiendo una alimentación de los animales antinatural o el uso de determinadas sustancias perjudiciales.

Los rumiantes son vegetarianos y los pollos no comen ni pescado ni a sus parientes, pero los animales que comemos han estado sometidos a una alimentación caníbal en forma de harinas de despojos animales, que si bien ha permitido abaratar el precio final del producto y hacerlo accesible a los bolsillos de los ganaderos, no han considerado las consecuencias y costos sanitarios que acarrea y que ahora tenemos que pagar entre todos.

El origen del problema.

Dos teorías oficiales tratan de explicar esta epidemia. La primera sostiene que a principios de los años 80, los elaboradores británicos de piensos con despojos de ovejas redujeron la temperatura y eliminaron algunos solventes. Como consecuencia, los priones -una proteína considerada el agente causante del mal, que infectaba a las ovejas- dejaron de ser inactivados en los piensos y contaminaron masivamente al ganado vacuno.

El prión es una proteína normal del cerebro, con formas muy parecidas en las vacas, otros animales y los seres humanos, cuya alteración parece ser la responsable de la EEB. No existe material genético alterado y por tanto no puede multiplicarse como lo hace una bacteria o un virus. En ciertas condiciones adopta una forma anormal muy estable y se va acumulando en el cerebro hasta provocar la muerte. El prión anormal de una vaca enferma, en un proceso muy lento, puede alterar la forma de un prión normal humano y este defecto se propaga a los demás priones humanos.

Según algunos especialistas, la contaminación humana se da con el consumo de carne de vacuno. Cuanto más joven sea ésta y menos mezclado esté el músculo con algún hueso, existe menor riesgo. Las partes más peligrosas de la carne de vacuno son el cerebro, la médula, los ojos y el bazo. Nadie ha hablado de la transmisión por la leche.

La segunda teoría oficial afirma que se formó un linaje de vacas por una mutación en el gen que fabrica el prión y que por ello también se puede transmitir genéticamente o por contacto con la placenta, pero todavía se sabe muy poco acerca de esta hipótesis.

Ambas teorías no explican la enorme cantidad de vacas que continúa siendo infectada en el Reino Unido y ahora en Francia, después de que se ha suprimido la fuente principal de contaminación reconocida o al haberse descubierto vacas afectadas que no han consumido este tipo de pienso.

La tercera hipótesis ubica el origen de la enfermedad en el uso de plaguicidas organofosforados, especialmente Phosmet. Si la proteína prión -que protege el cerebro de las propiedades oxidantes de ciertas sustancias químicas, activables por agentes peligrosos como la luz ultravioleta- es expuesta a pequeñas cantidades de cobre y grandes de manganeso, este último toma el lugar del cobre, que normalmente está unido al prión, como resultado la proteína se altera y pierde aquella función protectora.

Pues bien, durante los años 80, el Ministerio de Agricultura británico obligó a espolvorear a los animales a lo largo de la espina dorsal con un plaguicida organofosforado, en dosis mayores que en otros países y se ha demostrado recientemente que este producto químico captura el cobre. En ese mismo tiempo, el pienso de vacuno fue suministrado mezclado con gallinaza, procedente de aves que se alimentaron a su vez de piensos enriquecidos con manganeso, con el fin de aumentar su producción de huevos. Entonces las proteínas prión en el cerebro de las vacas redujeron su contenido en cobre y éste fue sustituido por manganeso.

Mark Purdey.En Francia, el uso del plaguicida fue obligatorio en la región de Bretaña, donde se dieron 20 de los casos de EEB iniciales. El investigador solitario Mark Purdey, ex-granjero de Somerset, a pesar de haber sido vilipendiado por las autoridades y el sector industrial (incluso llegaron a quemar su casa), desde 1988 ha estudiado la evolución de la EEB y sostiene que la diseminación de la enfermedad en las vacas y su versión humana coincide con el mapa del uso del citado plaguicida o de productos de características similares. Lo ha comprobado en Islandia, Colorado, Eslovaquia y Cerdeña, donde se han dado casos de la forma humana de la enfermedad Creutzfeldt-Jakob. No se ha logrado establecer una conexión entre el consumo de carne infectada y la enfermedad, y sí se ha encontrado casos humanos de la enfermedad en zonas agrícolas donde se consumen enormes cantidades de organofosforados y fungicidas, o productos químicos ricos en manganeso, como en las fábricas de tintes.

De confirmarse esta teoría, se pondría aún más en evidencia la gran vulnerabilidad de la cadena alimentaria a la contaminación por sustancias de la química orgánica y con efectos más directos para los seres humanos como nunca antes se ha visto.

La epidemia en la agricultura ecológica y sus normas.

En el Reino Unido, el país más afectado por la enfermedad en el ganado vacuno (180.000 reses sacrificadas y 80 personas muertas) y recientemente en Francia, se han dado algunos casos de EEB en vacas de granjas en fase de conversión a ecológicas, que han adquirido animales procedentes de granjas convencionales para reposición o inmediatamente después de que se ha convertido todo el rebaño (de carne o de leche) en la misma granja.

Esto permite afirmar que nunca ha habido un caso de EEB en una vaca nacida y criada bajo manejo ecológico. Este hecho ha llevado a algunas autoridades -por ejemplo la actual ministra Federal de Agricultura de Alemania- a recomendar públicamente el consumo de carne de granjas ecológicas, para asegurarse de no contraer la enfermedad.

Las Normas de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Ecológica (IFOAM), nunca permitieron alimentar a los rumiantes con harinas de carne y hueso procedentes de despojos o subproductos de matadero (Artículo 5.5.6), como tampoco el uso de gallinaza u otros excrementos en el alimento del rumiante. El alimento ha de consistir en forrajes y piensos procedentes del cultivo ecológico, si es posible producidos en la propia granja. El sistema de certificación puede autorizar algunas excepciones con límites de tiempo y condiciones específicas, y permitir el uso de un porcentaje de alimentos convencionales, nunca superior al 20% del forraje y del concentrado en rumiantes, si se demuestra la imposibilidad de obtener alimentos de procedencia ecológica.

El vacuno de carne (Artículo 5.6.1) debe nacer y criarse en granjas ecológicas. Se permite una excepción a esta regla en los casos de terneros de hasta 7 días de edad que hayan recibido calostro y no procedan de mercados de ganado. El resto de animales ha de pasar un periodo de conversión completo. En el Reino Unido se exige que los animales destinados a carne deben estar bajo manejo ecológico desde las 12 semanas antes del nacimiento.

El Reglamento de la Unión Europea permite un 10% de uso de pienso concentrado convencional en la conversión y no admite que éste contenga subproductos de origen animal excepto lácteos y harina de pescado. En el Reino Unido, a raíz de la enfermedad, la harina de pescado fue prohibida a comienzos de los años 80 en las normas ecológicas, mientras que para las granjas convencionales esta prohibición se hizo al final de los años 80.

Después de la crisis de las vacas locas, los organismos certificadores británicos han endurecido las normas, hasta tal punto que la conversión de animales para carne ya no está permitida. Incluso las vacas adultas que han estado produciendo leche ecológica durante años, pero que alguna vez fueron convencionales, a la hora de su sacrificio para carne, no pueden ser vendidas como procedentes de la agricultura ecológica.

Todo ello ha impedido que la EEB afectara a la agricultura ecológica.

Se desconoce casi todo sobre los mecanismos de evolución, desarrollo y muerte del prión anómalo -incluso se habla de su transmisión a través de los pastos a donde accede el ganado-. Para asegurar su exclusión de la cadena alimentaria y evitar su transmisión y persistencia, debido a la gran dificultad para aislarlo o exterminarlo, por su peculiar forma de propagación y capacidad de perdurar en el ambiente, las acciones emprendidas oficialmente giran en torno a la supresión de los piensos elaborados con subproductos animales y la incineración de los despojos de matadero, incluidos los animales afectados y los sospechosos de estarlo, a los cuales no se les ha podido hacer pruebas para verificar su salud.

La sustitución de las proteínas animales por otras vegetales no es un problema técnico, ya que estas harinas nunca suponen más del 10% de un pienso. Además el proceso de producción de harinas cárnicas es sencillo y la industria se puede dedicar a otra cosa fácilmente. Pero la incineración supone un costo económico grande y no existen tantas incineradoras para absorber la matanza. En el Reino Unido, desde la prohibición en 1994 de aprovechar los despojos, sólo se han podido incinerar unas 110.200 toneladas de éstos y se calcula que para el 2002 sólo se habrá eliminado el 60% de los despojos, con un coste de 180.000 millones de pesetas.

Actualmente el Gobierno español habla de 26.000 millones de pesetas en costos de «medidas inmediatas» para controlar la EEB en España, con unos 3.500 millones destinados a la retirada y destrucción de los materiales específicos de riesgo del ganado vacuno.

En la UE se evalúa en 900.000 millones de pesetas la opción más barata. De éstos, unos 146.587 millones se destinarán a sufragar el coste del sacrificio e incineración de todo el vacuno mayor de 30 meses que no sea sometido a las pruebas de detección de la EEB, básicamente porque no tenga mercado y resulte más caro almacenarlo en forma de canal. Además hay que añadir los costos de compensación al ganadero.

En las epidemias de cólera de la Edad Media, el fuego fue la solución utilizada por nuestros antepasados. Cuando no se entiende algo y se considera nocivo, hoy todo se extirpa, se le mete el bisturí, se barre bajo la alfombra (en prisiones) ¿No es reconocer el fracaso de la actual orientación mercantilista de nuestra sociedad?.

Por otro lado se habla de que los despojos de matadero son muy ricos en minerales, sobre todo en nitrógeno y fósforo y podrían servir como abonos en la agricultura.

Pero recordemos al respecto lo escrito por Wolfgang Schaumann (Lebendige Erde 1/1995 o Biodyn 18:2-3): «Todo agricultor u hortelano aficionado debería abstenerse de utilizar tales productos animales para el abonado. No se puede excluir un contacto directo entre el abono y el alimento. Quien los utiliza corre el mayor riesgo. Hay que asumir que la absorción por la respiración también puede conducir a la infección. Mientras no se tenga conocimientos más precisos, sería una negligencia suponer otra cosa. Dado que no se puede vigilar las redes de comercialización de estos productos y que es grande la tentación de usarlos debido a sus bajos precios, lo único que se puede aconsejar es no usar estos productos en absoluto».


Agradecemos la colaboración de FANEGA en la confección del presente artículo, concretamente en su revisión.

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