El montaje del Síndrome Tóxico.
Rafael Cid.
Periodista de investigación.

Silencios de Estado.

El episodio del Síndrome del Aceite Tóxico (SAT) es uno de esos temas que demuestran la impotencia de los medios de comunicación. A pesar de las toneladas de papel, chorros de tinta y riadas de comentarios y opiniones vertidas, la huella en la opinión pública es de incredulidad. Falta algo. Lo que se sabe no explica todo. Como en el intento del golpe de estado del 23 de febrero de 1981 o, por poner un ejemplo exterior, el asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy. En los tres casos faltan respuestas (y además lo parece). Quizás porque en todos ellos la expresión «razón de Estado» está por medio.

Por lo que yo sé, además existen razones para recelar de la verdad oficial. ¿Por qué esa obsesión prematura por parte de políticos y clínicos en cerrar filas en torno al aceite de colza desnaturalizado como agente mórbido si nunca pasó de ser un sospechoso? Yo, como periodista que investigó el síndrome, esa obsesión la he vivido en dos ocasiones excepcionales.

World Health Organization (WHO).La primera tuvo como protagonista a la OMS, Organización Mundial de la Salud, y a uno de sus más destacados representantes: el científico Gastón Vettorazi. En su despacho oficial de Ginebra, el especialista en pesticidas estaba convencido de que la enfermedad tenía su origen en un producto organofosforado; que era impensable que las anilinas hubieran precipitado una epidemia de esa naturaleza y que tenía en considerable estima los trabajos de campo del heterodoxo doctor Antonio Muro. Estas afirmaciones las realizó Gastón Vettorazi en una entrevista previamente establecida, sin la discreción del «off the record», grabada y fotografiada.

Pues bien, acto seguido, cuando a los pocos días la conversación apareció publicada en la revista CAMBIO 16, el funcionario internacional hizo llegar un incalificable télex desmintiéndose.

Gaston Vettorazi.
Gaston Vettorazi.

Según el cable transmitido desde la sede suiza de la OMS, él no había dicho tales cosas. Aunque en realidad (está grabado) Vettorazi había manifestado eso y mucho más. Por ejemplo: que el informe emitido por la Oficina para Europa de la Organización Mundial de la Salud sobre el síndrome era un auténtico disparate ya que, a pesar de reconocer que no se había podido reproducir la enfermedad en laboratorio, señalaba al aceite como el vehículo de la misma.

Centro Superior de Investigación de la Defensa (CESID).La segunda tiene una referencia radicalmente distinta: el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), el servicio secreto militar dependiente directamente de la Presidencia del Gobierno. Funcionarios de ese organismo del Estado solicitaron mi colaboración para realizar un informe sobre la intoxicación. Era la segunda vez que hombres del «espionaje» abordaban el tema (tiempo atrás lo tuvo sobre su mesa el general Andrés Casinello, a la sazón máximo responsable de los servicios de información de la Guardia Civil y persona de confianza de la Moncloa).

Pero si Casinello no dio luz verde para investigarlo (en realidad hizo mucho más: prohibió las pesquisas), los hombres del CESID sí. Durante cerca de un año un equipo al mando de dos oficiales desmenuzó el caso. Su resultado, contenido en un informe de siete folios elevado al máximo responsable del CESID, general Emilio Alonso Manglano, fue preocupante: la tesis del aceite no se sostenía; por el contrario existían datos que apuntaban hacia un ensayo de guerra química como detonante de la epidemia. Pero este gravísimo informe nunca vio la luz. Ni siquiera en el juicio.

Valgan estas dos muestras para insinuar el inestable equilibrio sobre el que se asienta la verdad oficial del SAT. De ahí la utilidad del trabajo como el presente, que pretende evitar que la epidemia que provocó 700 muertes y más de 30.000 enfermos pase a la historia como un misterio envuelto en un enigma.

Desgraciadamente, hoy, quince años después de aquellos trágicos sucesos, lo único cierto es su trágica cosecha de muerte, dolor y desolación. Lo demás, incluida la reproducción artificial de la enfermedad y el hallazgo de un remedio eficaz para los afectados, son palabras. ¿Cabe mayor drama?

La cuestión, pues, sigue siendo: ¿Por qué no se investigó en otras direcciones cuando se comprobó que el fraude del aceite no explicaba el problema?

El montaje del síndrome tóxico.
Fuente: Prólogo del libro «El montaje del Síndrome Tóxico» de Gudrun Greunke y Jörg Heimbrecht, Editorial Obelisco.

Artículo publicado en el número 43 de la revista «Medicina Holística». Edita: Asociación de Medicinas Complementarias (A.M.C.)


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