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Capitulo XXIX.

«The Ecologist» en castellano.
Los archivos de Monsanto.

Las Multinacionales y el Debate Democrático.

Estimado lector, estimada lectora:

Una amplia coalición de organizaciones sociales nos hemos puesto de acuerdo para publicar en castellano un número de la revista inglesa The Ecologist, decana de la prensa ecologista mundial (viene publicándose regularmente desde 1968). ¿Qué tiene de especial este número?

Monsanto.Se trata de una entrega de «The Ecologist» consagrada a la discusión de las nuevas biotecnologías, donde se analiza con especial detenimiento la actuación en este campo de Monsanto, una transnacional agroquímica basada en EE.UU. que se cuenta entre las empresas más importantes del mundo. Monsanto es, de hecho, la compañía que con más fuerza ha apostado en los últimos años por una agricultura y ganadería basadas en la ingeniería genética; y la que ha llevado a cabo una política de comercialización y propaganda más agresiva al respecto.

Pues bien: en septiembre de 1998 la totalidad de la edición de este número de «The Ecologist», fue destruida por la imprenta Penwells, que llevaba más de un cuarto de siglo imprimiendo la revista sin el menor incidente. 14.000 ejemplares triturados ante el temor de problemas con la multinacional: y con ellos, igualmente triturada, la libertad de expresión, sin la cual no es concebible la democracia. Aunque Monsanto asegura que ella no tuvo nada que ver con esta decisión, carece radicalmente de credibilidad, sobre todo a la vista de la continuación de la historia: una vez hallada otra imprenta para el destruido número de «The Ecologist», las dos cadenas de quioscos inglesas más importantes, WH Smith y John Menzies, anunciaron que no lo venderían por miedo a problemas legales con Monsanto.

El asunto nos ha parecido tan importante como para organizar la edición en castellano que ahora tienes entre las manos. Es un episodio que sitúa en sus justos términos la controversia entre las multinacionales agroquímicas (hoy reconvertidas a lo que eufemísticamente llaman «ciencias de la vida») y los grupos sociales más concienciados (a quienes las megacompañías tienen la desfachatez de intentar desacreditar como «multinacionales del ecologismo»): un combate de Goliat contra David, donde además se intenta que David pelee sujeto al suelo y con una mano atada a la espalda (porque la demagogia es ciencia sólo cuando hablan Monsanto y las otras megacompañías).

Las organizaciones que nos hemos puesto de acuerdo para intentar remediar parcialmente el desafuero cometido contra The Ecologist -en el cual hemos sentido amenazada nuestra propia democracia- tenemos puntos de vista diferenciados sobre las nuevas biotecnologías. Pero todos y todas estamos de acuerdo en que hoy faltan las condiciones tanto para un uso seguro de las nuevas biotecnologías como para un debate amplio, democrático y racional al respecto: debate cuya necesidad invocan hipócritamente a menudo quienes -como Monsanto- al mismo tiempo hacen cuanto pueden por impedirlo.

Estas propuestas de amplio debate social se convierten en una sangrante tomadura de pelo si ya se han adoptado -sin participación democrática- las decisiones que introducen los alimentos transgénicos en nuestros mercados, nuestras cocinas y nuestros estómagos. Y precisamente eso es lo que está sucediendo hoy. En nuestro país se está cultivando maíz transgénico, después de habernos convertido en los principales importadores europeos de maíz transgénico estadounidense, que ha entrado en la cadena alimentaria sin etiquetado distintivo, igual que la soja transgénica de Monsanto (privando hasta hoy a los consumidores de toda posibilidad de elección). Pero no hay interés del Gobierno español ni de la Administración Pública en un debate social plural, objetivo y riguroso: parten de la premisa de que la rápida comercialización de productos transgénicos es inexorable (fatalismo tecnológico detrás del cual asoma el poder de las transnacionales agroquímicas), y el objetivo entonces es cambiar las actitudes de la gente para que trague. A esto se le llama, en la lengua del imperio, «public relations work».

World Health Organization (WHO).Venga el debate serio, profundo, riguroso, sin prisas, y al final del debate voten en referéndum todos los ciudadanos y ciudadanas. Pero, sobre todo, pospónganse hasta después del debate las decisiones, o se estará aplicando con cinismo la violencia de los hechos consumados. Si no se acepta que el debate sobre las opciones tecnológicas debe preceder a la implantación de las tecnologías, paso que en las sociedades industriales modernas y para tecnologías como las que están en discusión es luego prácticamente irreversible, no se está obrando de buena fe. Y demasiadas grandes opciones tecnológicas ya han mostrado, en el pasado reciente, su potencial de catástrofe como para permitirnos ninguna ingenuidad a este respecto: bastará seguramente con evocar las tecnologías de generación nuclear de electricidad o la agricultura espurreadora de biocidas. La OMS acaba de poner en marcha una investigación internacional para estudiar la relación entre la utilización de teléfonos móviles y el aumento de los tumores cerebrales, pero -otra vez- la investigación y el debate se hacen cuando ya se han tomado opciones tecnológicas irreversibles (o casi). Sería deseable que, al menos por una vez, en el caso de los alimentos recombinantes las autoridades de España y de la UE obraran de verdad de acuerdo con el principio de precaución para que no pueda ocurrir ninguna nueva crisis de las «vacas locas» ni ningún Chernobil biotecnológico. No lo decimos animados por ninguna intención anticientífica, sino exactamente al contrario: queremos más ciencia -pero también mejor ciencia, ciencia con conciencia que no puede ser sino ciencia con prudencia...- y sobre todo más democracia, también para decidir sobre las políticas científicas y tecnológicas.

Perdona que insistamos: el asunto es de importancia trascendental. En 1998, Monsanto se volcó en una campaña publicitaria destinada a «ablandar» a la reticente ciudadanía europea, bajo el lema «La alimentación transgénica es una cuestión de opiniones. Monsanto cree que usted debería oírlas todas». Pero no cabe llamarse a engaño sobre las condiciones en que se está realizando el debate sobre las nuevas biotecnologías: una fenomenal desproporción entre el poder de las grandes transnacionales, como Monsanto o Novartis, y la mucho más limitada capacidad de influencia de sus oponentes vicia el resultado de este debate. Unas opiniones son amplificadas con el poder -exento de control democrático- que proporcionan los miles de millones de dólares; otras no consiguen llegar a los ciudadanos y ciudadanas sino después de dificultades sin cuento, como en el caso de este número de «The Ecologist». Ahora, lector o lectora, tienes en tus manos un puñado de voces críticas bien informadas. Compáralas con la «verdad oficial» martilleada mil veces en los eslóganes publicitarios de Monsanto y las otras compañías de «ciencias de la vida», y decide. Ten en cuenta que te estás jugando no sólo el tipo de comida que vas a comer, sino la clase de sociedad en la que vas a vivir, y la salud de la biosfera que habitarás.

Las organizaciones editoras:


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