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La resistencia de Loïc Le Ribault. 2ª parte.

Martin J. Walker.Martin J. Walker.
Escritor e investigador.

Traducción: Viviana Diogo.


«Continuaré distribuyendo OS5 a pesar de la oposición. Lo hago por todos esos pacientes a los que he tenido la oportunidad y el honor de cuidar, aquellos que fueron abandonados por la medicina moderna, que no fue capaz de curarlos, o los que encontraron que los tratamientos ortodoxos eran peores que la propia enfermedad».

Directamente a la cárcel.

Aunque Le Ribault era un «underground» en el Estado francés, dos de sus amigos le sugirieron que diese una conferencia sobre el G5 a una audiencia selecta. No obstante, sin que él lo supiese, con la intención de generar interés por su caso y el G5 en los medios de comunicación, sus amigos habían contactado con la policía para decirle donde se celebraba la conferencia. Para tranquilizar a Le Ribault, sus amigos le dijeron que si la policía aparecía le sacarían de allí en un abrir y cerrar de ojos, dejando que los periodistas simpatizantes entre los asistentes informasen de la crisis. Tal como resultó después, Le Ribault fue sacado de allí en un abrir y cerrar de ojos, pero no por sus amigos, sino por un grupo de policías jubilosos.

Y así, de forma accidental, fue como comenzó la parte más aterradora de la odisea de Le Ribault. «Inmediatamente me metieron en la cárcel. Primero me enviaron a la comisaría de Burdeos de la Brigada Regional del Crimen, desde donde la policía se puso en contacto con el juez que llevaba mi caso; le dijeron, «Victoria, hemos atrapado a Le Ribault». El juez se negó a atender a Le Ribault ese día y se lo llevaron a la prisión de Gradignan.

Al día siguiente, Le Ribault fue conducido ante el juez para una vista de diez minutos. A pesar de que la única demanda contra él era, pensaba, una demanda civil del Colegio de Médicos y Farmacéuticos, el juez ordenó que se le mantuviese en prisión. En respuesta a las protestas de su abogado de que en prisión corría el peligro de ser atacado por hombres a los que había ayudado a condenar, el juez dictaminó que se le mantuviese confinado en régimen de aislamiento.

De vuelta a la prisión, a Le Ribault le inquietaba que no se hubiese puesto un tiempo límite a su encarcelamiento. El juez, que con toda claridad estaba «construyendo un caso», había dicho simplemente que con la proximidad de las fiestas de Navidad su programa estaba lleno y no podría atender el caso. A Le Ribault también le preocupaba el hecho de que el juez escogido para atender su caso había sido uno de sus principales clientes cuando trabajaba como forense en la policía: un personaje conocido en todo Burdeos, según Le Ribault, por ser «un juez loco, muy extraño, muy peligroso».

Por la mañana temprano en el día de su arresto, a Le Ribault le habían sido extraidos cinco dientes; ahora, en su celda de aislamiento, no solamente se sentía incómodo y aislado, sino que además era incapaz de comer. En lo más crudo del invierno, con nieve cayendo fuera y sin calefacción dentro, Le Ribault cumplió su régimen de aislamiento en una celda que prácticamente no tenía cristales en las ventanas. Dos dedos de una mano y los dos pies se le congelaron, a consecuencia de lo cual hoy en día tiene problemas para andar incluso distancias cortas. «El frío era el problema más grande, incluso más grande que no saber cuando sería liberado».

Las privaciones que sufrió Le Ribault en una prisión francesa contemporánea tienen reminiscencias de Alexander Solzhenitsin. Al igual que en otras muchas prisiones, hay viejos sistemas que han caído en desuso o han sido adaptadas por los carceleros. Todas las celdas tenían una campana en caso de emergencia, pero los carceleros las habían desconectado por el ruido constante. Para recibir ayuda los prisioneros tenían que sacar un trozo de papel entre la puerta y el marco de la puerta de manera que se pudiese ver desde el corredor. «Eso», dice Le Ribault, «funcionaba si caías bien a los funcionarios», si no, podías estar esperando «mil horas». El juez sólo permitía visitas de dos de sus compañeros de trabajo, excluyendo específicamente a su pareja.

La imaginación científica de Le Ribault es también muy artística. En prisión, no sólo registró sus pensamientos y los acontecimientos diarios, también realizó una serie de dibujos detallados de su entorno, incluyendo el patio de la prisión y su celda. Habiendo hecho esto, comenzó a copiar meticulosamente las pintadas que otros prisioneros habían hecho en las paredes. «Algunos dibujos eran muy buenos, muy interesantes, algunos poemas tenían mucho sentimiento».

Dentro de la celda. Final de la puerta.Dentro de la celda. Final de la puerta.

Dentro de la celda. Final de la ventana.Dentro de la celda. Final de la ventana.
De nuevo en libertad.

En su segunda y última vista ante el magistrado, Le Ribault descubrió que se habían acumulado más demandas en su expediente. De dos demandas civiles, los cargos habían pasado a incluir nueve cargos criminales, tales como venta de sustancia tóxica, experimentación ilegal en biología y publicidad de un medicamento en la prensa. Le Ribault no se consideraba culpable de ninguno de estos cargos.

Del cargo de no ser médico, Le Ribault podía decir que su titulación, la de Doctor en Ciencias, era la más alta titulación concedida por una universidad en el Estado francés. También se dió cuenta de que cualquier biólogo o científico similar que quisiese emular a Pasteur (que no era médico), tenía muchas posibilidades de que lo metiesen en la cárcel en el Estado francés moderno.

Tras el arresto de Le Ribault, las autoridades hicieron una serie de declaraciones en relación con el G5; en una de ellas, muy a su favor, se garantizaba que la sustancia no era en absoluto tóxica.

Desesperado por sacar a Le Ribault de este estancamiento de pesadilla, su abogado presentó una solicitud al Tribunal Supremo para su excarcelación. «Fui puesto en libertad por el Tribunal Supremo, pero los jueces se reservaron su opinión y la dieron dos días después de la vista, con lo cual estuve tres días extras en la cárcel. Tres días durante los cuales no supe si sería liberado o no».

Para su puesta en libertad, el tribunal impuso condiciones estrictas en su fianza, tuvo que entregar su pasaporte y debía presentarse en la comisaría de policía dos veces por semana.

Una vez en libertad, Le Ribault se fue primero a vivir a casa de un amigo, pero dos semanas después de instalarse allí recibió una llamada de teléfono de un policía amigo informándole de que unos agentes de policía iban de camino para arrestarle. Cinco minutos más tarde, con Le Ribault observando desde el jardín, seis agentes de policía registraron la casa de su amigo.

Se fue a vivir con otro amigo. Al día siguiente se percató de la presencia de coches de policía observando la dirección. Esta vez decidió partir hacia Bélgica. «Tardé un mes en llegar a la frontera belga, y una vez allí me escondí en una comisaría junto con un amigo que era agente de la policía. Los policías me condujeron al otro lado de la frontera utilizando sus credenciales. Desde allí llamé por teléfono a unos amigos belgas y me pasé cuatro meses en una casa aislada en medio del bosque de las Ardenas».

Desde Bélgica, Le Ribault viajó en secreto a Inglaterra y desde allí a la isla de Jersey, donde ha estado viviendo los últimos once meses. Ahora es muy consciente de su condición de hombre sin hogar y sin identidad pública. Aunque no habla de ello, probablemente sopesa con frecuencia su situación actual a la luz de los comienzos de su brillante carrera. «Mis amigos me han ayudado porque no tengo nada de nada. No tengo dinero, ni parientes. Soy una persona ilegal, un apátrida».

Unos cuantos casos en Jersey.

Loïc Le Ribault se ha convertido en una atracción médica en la isla de Jersey; ha administrado su tratamiento, ahora llamado OS5, a cientos de personas, y aunque algunas lo han encontrado ineficaz, en general, sus clientes se han visto satisfechos. La mayoría de los pacientes tratados conocen los graves problemas que tiene Le Ribault, y algunos, infectados del miedo que siempre rodea estos casos, no quieren ser entrevistados. Por el contrario, muchos otros le respaldan sin reservas en sus esfuerzos por suministrar OS5 a un público más amplio.

María de Jesús es una nerviosa y exuberante joven de treinta y tres años, natural de la isla de Madeira, que ha vivido en Jersey los últimos 22 años. En los primeros meses de este año, mientras entrenaba para correr los 240 km. del Maratón des Sables en el desierto del Sahara, estuvo a punto de romperse un tobillo al meter el pie en un hoyo.

Maria de Jesus finalizando la Maratón des Sables.Maria de Jesus finalizando la Maratón des Sables.

A cinco semanas del maratón, los médicos del hospital le dieron unas muletas y le dijeron que con toda seguridad no se recuperaría a tiempo para la carrera. Terminó convenciéndose ella misma de ello cuando tras una semana y media de fisioterapia intensa vio que no había mejorado.

Entonces un amigo le sugirió que visitase a Le Ribault y le consiguió una cita. «Mi amigo le llamó un día a las ocho de la tarde y dijo que fuese a verle. Le expliqué lo que me pasaba en el tobillo, le echó un vistazo y me dijo que pensaba que podría participar en la carrera. No le creí y me mostré muy escéptica. Tuve que tomarme una cucharada de OS5 y, además, ponerme una cataplasma en el pie. Tenía bastante miedo, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuese para poder ir a la carrera».

María dice que tras tomar OS5 durante unos cuantos días sintió que tenía más energías y empezó a hacer jogging. Una semana después de comenzar el tratamiento, su tobillo estaba totalmente curado. Tres semanas más tarde, María partió para Marruecos, donde corrió los duros 240 km. a través del desierto.

María ha convencido a varios amigos suyos para que vayan a ver a Le Ribault y utilicen OS5, y afirma que no ha recibido ni una sola queja por parte de ellos. «Este tratamiento no tiene absolutamente ningún efecto secundario y debería estar a disposición total de la gente. Espero que el señor Le Ribault pueda abrir una clínica aquí en la isla».

Frank Amy es un trabajador, duro, juicioso, escéptico, que sufre de artrosis en la columna vertebral desde hace 18 años. Fue Le Ribault el primero en ponerse en contacto con Amy; quería que le ayudase a introducir el OS5 en la isla. Tras su primer encuentro con Le Ribault, Amy leyó las historias clínicas de otros pacientes y se mostró totalmente incrédulo.

Frank Amy. Foto: Martin Walker.Frank Amy. Foto: Martin Walker.

Amy, que llevaba ocho años tomando fuertes analgésicos, sólo podía dormir de dos a cinco horas por noche debido al dolor y al malestar, pero lo que más le alteraba era no poder agacharse para atarse los cordones de los zapatos. Tras conocer a Le Ribault en noviembre de 1997, Amy comenzó a tratarse con OS5.

Convencido de la importancia de «ser fiel al tratamiento», Amy dejó de tomar los caros analgésicos. A las dos semanas de haber comenzado el tratamiento se sentía y dormía mejor; algunas noches conseguía dormir ocho horas. Al mes podía agacharse para atarse los zapatos. Amy tomó OS5 durante diez semanas. Ahora, siete meses después del tratamiento, afirma que todavía se siente muy bien y que casi puede tocarse los dedos de los pies sin ningún dolor. Aparte del problema crónico de artrosis en la columna y de ocasionales punzadas de dolor, que atribuye a nervios sensibles, se considera curado.

A raíz de su experiencia con el OS5, Frank Amy se ha convertido en distribuidor de la terapia en Jersey. Como jefe de policía electo de la parroquia, Amy se hace cargo de las licencias; también ocupa un escaño en el parlamento del estado. Al desempeñar estas funciones, siente que tiene una cierta responsabilidad hacia Le Ribault y su terapia; también piensa que es importante conseguirle un estatus legal y sobre todo construirle una clínica. Amy da a entender que su puesto de jefe de policía a jornada completa, que se asemeja a un alcalde, conlleva la obligación de «ayudar a la gente todo lo que pueda». Ve la posibilidad de que esta ayuda se extienda a Le Ribault, (porque, en realidad, es un hombre de negocios) y a sus parroquianos, que se beneficiarían del tratamiento. Desde su escaño en el parlamento, Amy también observa con atención el proyecto de ley sobre drogas de la isla y ve evidentes posibilidades de ahorro si se aumentase el consumo de OS5.

Paul Le Verdier, de cuarenta años, es técnico de piscinas en un hospital. Es un triatleta y masajista deportivo de esmerada dicción. Al comienzo de 1998, Le Verdier sufría de tendinitis aquilea crónica, un tensamiento y pinzamiento del tendón de aquiles a menudo ocasionado por un exceso de entrenamiento.

Paul Le Vierdier. Foto: Martin Walker.Paul Le Verdier. Foto: Martin Walker.

La tendinitis de Le Verdier había durado seis meses y estaba afectando en gran medida a las carreras y al ciclismo en las pruebas de triatlón. Un fisioterapeuta del hospital había estado tratando el problema con ultrasonido y fricciones (un masaje de los tendones). Seis meses más tarde, el problema parecía hasta tal punto insoluble que Le Verdier empezó a pensar que, muy a su pesar, tendría que comenzar a tomarse largos descansos.

En febrero, cuando le dieron a conocer el producto de Le Ribault, Le Verdier puso OS5 en un pañuelo, se lo vendó a la parte posterior del tobillo y lo dejó actuar durante la noche. Antes, cuando iba a correr, al iniciar la carrera el dolor en el tobillo era paralizante. A la mañana siguiente de comenzar el tratamiento con OS5 ya no sentía dolor, y para cuando lo había terminado, el tendón ya no estaba obstruido con mucosidad densa como antes. Continuó con el tratamiento durante dos noches más, esta vez tratando ambos tendones. Cinco meses después del tratamiento, Le Verdier parece haberse librado de la tendinitis por completo y está consiguiendo marcas en triatlón de las que se habría sentido orgulloso cinco años atrás.

Le Verdier todavía no ha hablado a sus compañeros de trabajo sobre su automedicación; dice que su escepticismo le incomodaría.

El significado de una historia.

La historia del doctor Le Ribault parece en parte una película de Walt Disney en la que el científico inventor, tras unos cuantos abracadabras en el laboratorio, descubre un «elixir curalotodo», y después es perseguido, frasco en mano, por hombres ataviados de sombrero negro. No obstante, visto desde otra perspectiva, su historia tiene tintes de novela negra, una síntesis de dramas clásicos contemporáneos, en los que un científico interesado en temas relacionados con el sector público se convierte, como el personaje de Ibsen, en un «enemigo público», excluído de la comunidad ortodoxa, etiquetado como farsante y charlatán, y acosado por las Furias del dinero y del poder.

Independientemente de como escojamos leer el cuento, debemos reconocerlo como el tipo de historia que una vez fue apócrifa, pero que rápidamente se está convirtiendo en una realidad cotidiana. El científico, científico médico o simple médico, forzado a trabajar más allá de la ortodoxia y sujeto a fuerte manipulación, ridículo, sabotaje o criminialización, se está convirtiendo en una figura cada vez más común en el drama contemporáneo y en la vida real.

Si bien las características étnicas o nacionales de estas historias de disidencia científica (tengan que ver con la encefalopatía espongiorme bovina, la vitamina B6, el OS5, la fusión fría, la homeopatía o las bombillas eternas) difieren ligeramente unas de otras, todas son historias euro-americanas de la era post-moderna. El caso de Le Ribault, el de un científico de gran reputación que vive en una isla con gobierno independiente, exiliado del poder europeo aparentemente democrático, y que posee un producto medicinal que se fabrica y distribuye legalmente en todo el mundo, ilustra la naturaleza internacional de esta situación.

En teoría, resultaría atractivo describir un continuo temporal y social para los científicos disidentes, que comienza con el resurgimiento de la ciencia como ideología poderosa en el período post-industrial. De hecho, la lucha entre la ciencia y la ortodoxia ideológica, y dentro de la ciencia entre los grupos dominantes y los disidentes, ha cambiado poco en su calidad desde los tiempos de Galileo, torturado por la iglesia católica por afrimar que la Tierra da vueltas alrededor del Sol.

Sin embargo, hace un siglo o cincuenta años, el trabajo de Le Ribault, inspirado por un genuino y vivo interés en la ciencia y la salud, quizás habría recibido el apoyo del estado o de algún filántropo, y los resultados de su trabajo habrían sido ofrecidos a la gente por alguna organización comercial. En la Europa post-industrial, y en el Estado francés en particular, «el público» ya no tiene voz en los congresos del poder. Hoy en día, el notable descubrimiento de Loïc Le Ribault y Norbert Duffaut, de indiscutible interés público, se ha convertido en carroña para los lobos de los intereses privados.

En una era en la que el mercado, especialmente en medicina, se lo reparten las corporaciones multinacionales y es manipulado por gigantescos bloques comerciales, el camino de Le Ribault está cada día más hollado. Los centros metropolitanos de la ciencia industrial ortodoxa están ahora orlados de disidentes: «viajeros» intelectuales tan proscritos como los herejes religiosos que deambulan por la Europa medieval.

Robert Gallo.En la era post-moderna, los intereses comerciales regulan tanto la ciencia como la medicina, y ahora más que nunca las instituciones líderes de las profesiones científica y médica están metidas en el bolsillo de la industria. Este zafarrancho entre ciencia, dogmatismo profesional e intereses privados se hizo más patente que nunca durante los años que siguieron al «descubrimiento» de Robert Gallo de que la causa «probable» del SIDA era el VIH.

Para aquellos que estén interesados en la disidencia dentro de la ciencia: el año 1985 se reconoce como el momento en el que la labor científica comenzó a ser analizada en conferencias de prensa en lugar de por grupos de colegas de la profesión. En el Estado francés, en los años en los que la Fundación Wellcome protegía su monopolio de la licencia del AZT, una serie de científicos investigadores en el campo de la medicina se encontraron con que podían llegar a enfrentarse a cargos criminales por investigar de forma independiente las enfermedades relacionadas con el SIDA. Tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, los científicos que no estaban de acuerdo con el modelo vírico adscrito a las enfermedades relacionadas con el SIDA fueron expulsados de sus trabajos y sus subvenciones retiradas.

Cuando Le Ribault y el profesor Duffaut solicitaron probar el G5 en gente con enfermedades vinculadas al SIDA en 1987, hacía unas semanas que la Fundación Wellcome le había sido concedida la licencia exclusiva para comercializar el AZT. Esta primera licencia en el Reino Unido y los Estados Unidos (que obtuvieron tan sólo seis meses después de que los ensayos de la Fase II hubiesen sido abortados) fue seguida de una campaña multimillonaria en todo el mundo que imploraba a los gobiernos a que lo comprasen. En 1989, por ejemplo, el gobierno brasileño pagó 130 millones de dólares amercianos por el AZT. El Estado francés compró AZT a las pocas semanas de estar autorizado.

Estaba claro, por la cantidad de dinero que Wellcome gastaba en comités profesionales, publicidad e investigación en curso del AZT, que cuando un país compraba AZT también se esperaba que cesase toda investigación que tuviese un enfoque distinto del problema de las enfermedades realcionadas con el SIDA. En Estados Unidos y en otros países europeos, se rechazaron los planteamientos del sida no farmacéuticos y, sobre todo, anti-víricos.

Otros trastornos para los cuales el OS5 ha demostrado ser realmente eficaz (sin especulaciones), han sido enfermedades inflamatorias como la artritis y lesiones tales como torceduras musculares, siendo ambas áreas de fuerte competitividad en la industria farmacéutica por las ganancias que generan.

Si con algo se puede comparar el caso de Le Ribault es que los franceses, al igual que los americanos, tienen una manera muy exagerada de resolver sus luchas relacionadas con la ciencia. Mientras que los británicos tienden a ser justos y transparentes en teoría, al tiempo que en la práctica toman decisiones poco claras y de forma soterrada, los franceses llevan a sus científicos recalcitrantes ante un tribunal o los meten en la cárcel, al tiempo que silencian a la prensa.

En Italia se ha hecho pública una división entre oncólogos y pacientes de cáncer a raíz del tratamiento hormonal y vitamínico heterodoxo desarrollado por el Profesor Luigi Di Bella. Pero allí, como suele ocurrir en Italia, la gente ha salido a la calle para expresar su opinión, convirtiendo la posibilidad de elección entre una u otra medicina en un asunto político fundamental que tiene relación tanto con el concepto de democracia como con el de ciencia.

Food and Drug Administration.En Estados Unidos y en Canadá, innumerables médicos e investigadores científicos, que trabajan sobre todo en nuevos tratamientos para el cáncer, han traspasado las barreras nacionales y han llegado a Méjico y a islas crecanas a la costa como las Bahamas. Al principio de la década de los noventa, unos cuantos fitoterapeutas fueron enviados a prisión por contravenir las leyes que gobiernan el uso y la prescripción de plantas. A lo largo de los años ochenta y noventa, muchos terapeutas fueron conducidos ante un comité disciplinario de la profesión por ejercer medicinas alternativas o complementarias. En 1995, agentes armados de la FDA (Food & Drug Administration de los EE.UU.) en busca de complejos de vitamina B6, registraron el laboratorio y las oficinas de Jonathan Wright, uno de los médicos nutricionistas más prominentes de los Estados Unidos. Los empleados de la clínica fueron obligados a levantar las manos y a permanecer contra la pared mientras los agentes les apuntaban con armas. A los agentes, que contaban con la ayuda de la policía, les llevó catorce horas despojar la clínica de todo el equipamiento y las existencias de suplementos vitamínicos y nutricionales.

En 1989, Gaston Naessens, canadiense francés, científico y pionero en microscopia, fue procesado en Quebec. Tras cuarenta años de investigación, Naessens había llegado a la conclusión de que era posible diagnosticar el cáncer observando la vida de los microorganismos en la sangre. El gobierno canadiense y la ortodoxia médica acusaron a Naessens de homicidio sin premeditación y de práctica ilegal de la medicina. Más recientemente, otro canadiense francés, la doctora en medicina Guylaine Lanctot, prefirió abandonar el Colegio Real de Médicos de Canadá antes que sufrir un juicio disciplinario por su opinión respecto a las vacunaciones y que ella define como «la mafia médica» en su libro del mismo título (The Medical Mafia).

En 1990 en Gran Bretaña, individuos poderosos dentro de la medicina ortodoxa y la ciencia médica intentaron cerrar el Bristol Cancer Help Centre (Centro de Ayuda al Cáncer de Bristol). Dieron publicidad mundial a los resultados de investigaciones fraudulentas, asegurando que las personas que iban a ese centro tenían el triple de posibilidades de morir de cáncer que las que buscaban ayuda dentro de la ortodoxia. En 1997, intereses comerciales dentro de la ciencia y la industria farmacéutica consiguieron persuadir al gobierno del remozado partido laborista británico de que la venta de vitamina B6, especialmente útil en casos de estrés y problemas hormonales en las mujeres, tenía que restringirse.

Debido al pavoroso poder que tienen las corporaciones de hoy en día, cada vez hay menos gente que se atreva a luchar por la causa de los Loïc Le Ribault del mundo, despreciados o criminalizados por el sistema. Esta falta de defensa popular de los que pelean por el interés público es el triste reflejo de la democracia europea. Aunque la voz de los disidentes siempre ha estado entre nosotros, el desierto en el que suena esa voz ha cambiado de forma radical en la era postindustrial. Los disidentes han dejado de ser las figuras populares que fueron en los años cincuenta y sesenta de este siglo.

Le Ribault tiene palabras amargas para el público francés, que según él sabía de su situación y no hizo nada. «He curado quizás a 20.000 pacientes y ahora hay muchos médicos que aplican el OS5. Todo el mundo en Francia sabía que me habían metido en la cárcel, muchos de mis pacientes sabían que estaba en la cárcel. Sin embargo, sólo recibí 30 cartas. Incluso cuando se trata de un tema tan importante como su propia salud, los franceses por desgracia no se unen en la acción. No se me olvida que durante la II Guerra Mundial muchos de ellos se comportaron como ovejas y muchos con cargos en el poder colaboraron con el enemigo. Sólo unos pocos se atrevieron a oponer resistencia. Lo he perdido todo por ayudar a la gente, ahora los pacientes deben luchar si quieren el tratamiento. Deben reclamar su derecho a utilizar las medicinas que desean».

Le Ribault ve el «derecho a elegir» de los pacientes como el derecho a destacar en la disputa entre él y el estado francés. Esta conclusión tiene mucho en común con la derecha americana, que está pidiendo la disolución de los grandes carteles de protección profesional y normativa gubernamental. «Parece que nos hemos olvidado», dicde Le Ribault, «de un punto que tiene mucho peso en todo este asunto. No son las autoridades médicas las que deberían decidir la suerte de los enfermos. Son los propios enfermos, y sólo ellos, los que deberían tomar esas decisiones».

Hasta el mometno, Le Ribault ha sobrevivido a su terrible experiencia, manteniendo su sentido del humor extraordinariamente intacto y sus facultades mentales y morales bien equilibradas. Actualmente, está dando los últimos toques a un libro de 400 páginas titulado «Carta a mis jueces». Este libro no tiene nada que ver con «La historia de un grano de arena», el trabajo más importante de su juventud intelectual. Su nuevo libro es un guante arrojado a los estamentos judicial y policial que provocaron su caída. Se lee como un manual de guerra de guerrillas intelectual. Como es de esperar, el libro no será publicado por ninguna de las editoriales europeas más importantes, pero se enviarán ejemplares de la edición especial de 500 a individuos de los medios de comunicación. Aunque Le Ribault tiene pocas esperanzas de reintegrarse a la vida política y social del Estado francés (y de todas formas tampoco tiene muchos deseos de hacerlo), aún quiere forzar a los estamentos franceses, especialmente a la policía y la judicatura, a afrontar sus crímenes.

Si «Carta a mis jueces» no consiguese agitar la conciencia de la república francesa, entonces Le Ribault espera que su caso, cuya vista se celebrará en los próximos meses ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y en el cual se incluyen treinta y siete cargos contra las autoridades francesas, enviará al menos una señal pública a los que han intentado destruirle. Esta contienda ha convertido a Le Ribault en un radical político; dice con ironía que si bien nunca ha tenido que ver con la política francesa, puede decirse que su próximo libro trata sobre la revolución.

A nivel personal, Le Ribault se siente frustrado en su virtual arresto domiciliario en Jersey. A pesar de que las autoridades locales han demostrado comprensión y los vecinos empatía, y aunque todavía considera la posibilidad de poner una clínica allí, también siente la llamada de su recientemente adoptada isla de Antigua. Con el tiempo espera poder reclamar sus posesiones, sus libros y artículos al Estado francés, y comenzar una nueva vida de retiro, trabajando en su molécula y pescando en el mar cálido y claro de la isla.

«Lo que más lamento», dice lacónicamente, «no es el hecho de que tenga esta historia que contar, sino de que esta historia se tenga que contar en la Francia moderna». Cuando se le pregunta si se siente triste por no poder volver al Estado francés, Le Ribault es categórico: «No quiero», dice lentamente, «volver a poner un pie en Francia en mi vida... jamás». «Quizás para ver las tumbas de mis padres, por un momento, volvería», añade, «pero luego me volvería a ir». «Ahora pienso que antes era un súbdito de Bretaña y no de Francia». Casi no puede contener su ira: «La policía me ha dicho que si vuelvo a Francia no sólo me arrestarán, sino que me matarán». «Odio a Francia», dice en voz baja.

Le Ribault piensa que ha hecho todo lo que estaba en su mano por el OS5: «Tengo agentes en muchos países y cerca de 100 médicos y terapeutas que están administrando OS5. Recibo llamadas de nuevos médicos cada día; hay mucho interés en Francia, Bélgica, Irlanda, Suiza y Portugal. «Me he encomendado a la tarea de mejorar la molécula; son los médicos los que deben tratar a la gente. La producción de OS5 se realiza en Francia, es legal, no es tóxica y tiene un alto nivel de calidad».

Le Ribault todavía está enojado porque el gobierno francés no ha aceptado el descubrimiento realizado por él y Norbert Duffaut; no se ha hecho cargo de su producción y no lo ha presentado al mundo como una medicina aceptada a nivel internacional». «Pero», dice, «es que no es el gobierno el que controla el país, sino las corporaciones multinacionales y las financieras; mi lucha es prueba de ello».

Artículo publicado en el número 56 de la revista «Medicina Holística». Edita: Asociación de Medicinas Complementarias.


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