Acerca de cómo la nueva familia de tratamientos oficiales del SIDA, los Inhibidores de las Proteasas, no son la panacea que nos presentan (no lo son para las personas etiquetadas, aunque sí para los laboratorios) sino que son enormemente peligrosos a medio plazo. Y de cómo combinados con los «Nucleósidos Análogos» (AZT,...), son mortales.

Inhibidores de las Proteasas.
Doctores Heinrich Kremer, Stefan Lanka, Alfred Hässig.
Doctor Heinrich Kremer.Doctor Heinrich Kremer.

Por todo el mundo resuenan hoy con fuerza reclamos publicitarios: Los mismos médicos están convocando candidatos obedientes para sus experimentos y haciendo la misma promesa de una cura que antes aseguraron para el tratamiento que ha envenenado a lo largo de los diez últimos años a incontables pacientes de SIDA con el bloqueador de ADN llamado AZT en un intento por dar caza y destruir al fantasmagórico Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).

Los mismos doctores están ahora tratando de conjurar una substancia del tubo de ensayo bajo el nombre mágico de «inhibidor de proteasas» y venderla como si tuviese un ilimitado potencial curativo, a pesar que nadie sabe en realidad qué reacciones a largo plazo pueda esta molécula -que nunca ha sido probada en el hombre- provocar en el organismo vivo.

Víctimas y perpetradores de estos experimentos se han percatado recientemente de que el AZT (conocido también como Zidovudina o Retrovir) ha llevado en innumerables casos a la inevitable y lenta asfixia de las células, que tienen particular necesidad de oxígeno, del cuerpo del paciente y, en consecuencia, a la igualmente inevitable muerte por envenenamiento de aquellas personas estigmatizadas como «seropositivas» o diagnosticadas como enfermas de SIDA, y que confiaban en sus médicos. A pesar de esto, están buscando para sus pruebas nuevos candidatos que serán «voluntariamente» preparados, por medio del miedo a la muerte que sugiere la profesión médica, para no sólo ingerir AZT en combinación con substancias tóxicas afines sino tomar, además, un inhibidor que produce un impacto de efectos incalculables sobre el metabolismo celular.

Se da una garantía de éxito por adelantado, como con el AZT, toda vez que cualquier «efecto secundario» de la mezcla es descrito como consecuencia de la infección por el fantasmal VIH. Son los mismísimos doctores de laboratorio y practicantes clínicos que durante años han abusado de la confianza de los ansiosos pacientes de SIDA con la afirmación de que, fidedignamente y con total certeza, el AZT evitaría la proliferación de su VIH fantasma.

En realidad, la substancia AZT es absorbida por una ruta primaria a través de la ADN-gammapolimerasa al centro de energía de todas las células del cuerpo: las mitocondrias. Sin la actividad de las mitocondrias como antiguas bacterias que son, ninguna célula del cuerpo es capaz de producir la energía necesaria a partir del oxígeno y de hacerla asequible de forma unida como adenosintrifosfato (ATP) a todo el sistema metabólico celular.

Los facultativos que prescriben el AZT han negado, sin embargo, este hecho y han diagnosticado equivocadamente las fatales consecuencias de la medicación con AZT como si se tratase de las secuelas del SIDA que sigue a una previa «infección por VIH». Por ejemplo, se declara que manifestaciones clínicas tales como síndrome de agotamiento, encefalopatía «por VIH», cardiomiopatía, atrofia del sistema óseo y muscular e infecciones oportunistas de toda clase que afectan a los pacientes, son trágicas consecuencias del SIDA. Claro está, el AZT también daña a las mitocondrias de los mismos microbios (protozoos y hongos) que se han adaptado al metabolismo celular del cuerpo en el curso de la evolución sin por ello ser normalmente patógenos. Sin embargo, en caso de un serio daño en su capacidad de producción de energía, pueden experimentar una mutación que los convierta en agresivos agentes patógenos y, en determinadas condiciones, ser causa de lo que se conoce como infecciones oportunistas. Pero los verdaderos oportunistas son los médicos del SIDA que prescriben el AZT: buscan expulsar al demonio con Belcebú, y haciéndolo demuestran su ignorancia sobre los procesos biológicos fundamentales del organismo humano.

Pero los dogmáticos doctores del SIDA han inventado nuevos engaños. Aunque, a despecho de toda aseveración contraria, ningún científico ha presentado de forma demostrable un genoma del imaginario VIH que fuera capaz de causar infección, anuncian que han localizado minúsculos fragmentos de material genético del VIH en forma de ARN y que han enriquecido estos fragmentos. Ahora proclaman que son capaces de determinar la cantidad precisa de VIH en la sangre de cada paciente. Lo que permanece como un secreto de los doctores del SIDA es la explicación de cómo pueden identificar la parte como un todo sin haber visto nunca el todo. Es como si los buscadores llegasen, a partir de ver una huella en la orilla del Lago Ness, a la conclusión de que existe realmente el monstruo al que se le ha puesto dicho nombre.

Pero ellos continúan desarrollando una lógica destructiva basada en semejantes definiciones arbitrarias. Como los médicos afirman que, de acuerdo con el principio de tomar la parte por el todo, están en condiciones de determinar cuantitativamente la cantidad activa de VIH en el individuo estigmatizado, ahora prescriben cantidades «apropiadas» de AZT y substancias tóxicas similares como si fuera un cóctel para el paciente. Un sufriente al que se le supone tener muchos fragmentos de las substancias mensajeras del material genético del VIH fantasma en su sangre, es considerado como un caso desfavorable y recibe las correspondientes altas dosis del cóctel venenoso. Más tarde o más temprano, el paciente será incapaz de escapar al destino predicho, y ello gracias a los fatales efectos tóxicos de la «medicación», especialmente si, según la reacción individual del paciente, el cóctel venenoso es incrementado y complementado con inhibidores de proteasas.

La supuesta «carga viral» no designa otra cosa que la medición de ciertas substancias mensajeras (ARN) en el plasma sanguíneo de pacientes seleccionados. Se identifican secuencias similares a las definidas como específicas del VIH. Pero se debe tener claro que tales substancias mensajeras están presentes en miles de diferentes variaciones que reflejan procesos bioquímicos perfectamente normales en el cuerpo, de los que miles tienen lugar simultáneamente y de manera coordinada en la interacción metabólica. Las fluctuaciones, o sea la mayor o menor cuantía de estas secuencias, son perfectamente normales en esta compleja interacción de miles de procesos metabólicos simultáneos. En el caso de personas con un elevado metabolismo celular, por ejemplo, las personas sometidas a medicación citodestructiva (AZT, ddI, etc.) y las que sufren infecciones múltiples, existe un alto grado de probabilidad de que se hallen estas moléculas, precisamente debido a la aceleración del metabolismo. Así pues, la presentación de mediciones aisladas de un tipo particular de secuencias -que, en todo caso, continúa siendo totalmente imposible cuantificar- es clínicamente irrelevante en ausencia de comparaciones con otras moléculas de este mismo tipo. Tampoco existen criterios comparativos que puedan atribuir significación alguna a esas mediciones relativas.

De hecho, las proteasas son enzimas proteínicas que dividen las moléculas de proteína según la longitud requerida en cada caso particular por el metabolismo. Son naturalmente convertidas en inactivas, dentro y fuera de las células del cuerpo, por moléculas inhibidoras especiales hasta que recuperen su actividad gracias a complejas interacciones entre muchas diferentes moléculas. El cuerpo produce constantemente tales inhibidores de proteasas, por ejemplo, la heparina y los heparinoides. Los cazadores del VIH proclaman ahora haber producido en tubos de ensayo inhibidores de proteasas que inhibirían sólo y específicamente aquellas proteasas que se tienen por responsables de la proliferación del hipotético VIH. Pretenden medir el éxito de estos inhibidores de proteasas por la reducción cuantificada de una arbitrariamente definida carga viral (véase más arriba) y el incremento relativo de las células T auxiliares.

En otras palabras, una ficción (el bloqueo del virus) es legitimada por otra ficción (la cuantificación del virus). El incremento temporal de las células T se explica por el parcial desplazamiento de células de este tipo desde la médula ósea y otros compartimentos a la corriente sanguínea en virtud de la temporal inhibición del metabolismo celular catabólico que predomina en los pacientes «seropositivos».

En todo caso, en realidad tarde o temprano hay que temer que la intervención no fisiológica con inhibidores artificiales de proteasas en la compleja interacción de los factores de crecimiento de las células del cuerpo, perturbe por igual funciones vitales del tejido básico y de las células, junto con sus centros de energía mitocondrial, como es ya el caso cuando se administra AZT y nucleósidos análogos. Sin embargo, como ningún espécimen animal es útil para experimentos clínicos preliminares, son los pacientes «seropositivos» y los «enfermos de SIDA» los que, por miedo a una muerte anunciada, ponen sus vidas en juego. Todo voluntario para esos experimentos debería ser consciente de que el tratamiento con cócteles de AZT y substancias tóxicas afines más inhibidores de proteasas, puede equivaler a un suicidio a plazo fijo.

Finalmente, fijemos la atención en un organismo saludable en el que las proteasas y las antiproteasas están en equilibrio. Los heparinoides en la superficie de las células son las antiproteasas normales. Se puede corregir un desequilibrio con la administración oral de heparinoides en forma de extractos de cartílago (condroitinsulfato) y agar extraído de algas marinas. Sugerimos que las personas seropositivas se beneficien de esta simple y económica posibilidad de corregir una eventual deficiencia de antiproteasas.

Hamburgo-Dortmund-Berna, julio de 1996. 


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