Los responsables políticos y de la sanidad en el mundo desarrollado no dejan de hacer constantes proclamas acerca de su deseo de controlar y erradicar el SIDA mediante el descubrimiento de una vacuna. Pero cada vez parece más evidente que el VIH no es la causa del síndrome.
SIDA. No mata el virus, matan los fármacos.
Jesús Palacios.
Lamentablemente, jamás se podrá llevar a cabo la vacunación. Trece años después de que en la primavera de 1984 la secretaria de Sanidad y Servicios Sociales norteamericana, Margaret Heckler, proclamara urbi et orbe -junto al virólogo Robert Gallo, hoy en entredicho- el descubrimiento del VIH (Virus de la inmunodeficiencia humana) como un nuevo retrovirus y único agente causal del sida, y del que se daría cuenta en dos años con una vacuna, la realidad se está encargando de desmontar las fabulaciones, errores y mentiras que el dogmatismo oficial ha venido imponiendo. El hecho es sencillo: nunca podrá fijarse una vacuna contra algo en lo que no radica el problema.
Según el discurso oficial, el sida es una enfermedad infecciosa que afecta al sistema inmunológico. Se contrae por vía sexual y parenteral al instalarse en nuestro torrente sanguíneo el VIH, una especie de comecocos, a tenor de lo que hasta ahora se ha dicho a su propósito, que tras un período más o menos largo de latencia aniquilará los lifoncitos T, lo que desembocará, sin que nada ni nadie lo pueda impedir, en una muerte segura. Para tener la enfermedad, oficialmente basta con que cualquiera de los test para la detección del sida -Elisa o Western Blott- resulten seropositivos; es decir, basta con tener anticuerpos del VIH.
Descubierto el mal del siglo, el Centro de Control de las Enfermedades de Atlanta (CDC), y el Instituto Nacional de Salud Norteamericano (INH), impulsados por la política sanitaria oficial y con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud, la prepotente, hegemónica y lucrativa postura de los investigadores ortodoxos, así como de los grandes laboratorios, se encargaron de meter el miedo en el cuerpo a todo el mundo. Sin embargo, se necesitaba dar una vuelta de tuerca más. Era necesario sacar tan terrible enfermedad del ámbito exclusivo de los grupos de riesgo en los que inicialmente se detectó -hemofílicos, drogadictos y homosexuales-, para extender su campo de acción al mundo heterosexual.
La gran pandemia estaba servida. Nadie quedaba fuera de peligro. El terror y el miedo se han apoderado colectivamente durante estos años de la humanidad, alimentando con las terribles cifras de muertes e infectados que la estadística oficial ha venido publicando estos años atrás. En 1988 se predijo que para 1992 habrían muerto de sida 500.000 personas en Estados Unidos, y que para el año 2000 habrá más de un millón de infectados.
Nada
de esto se ha cumplido ni seguramente se cumplirá. Pero una cosa
si es cierta: los responsables del sistema sanitario ortodoxo mundial están
matando de sida a centenares de pacientes, a causa del terror y del miedo,
de diagnósticos equivocados y de tratamientos tóxicos por
acidotimidina (AZT-Retrovir, etcétera), lo que ha llevado al profesor
suizo Alfred Hässig a afirmar que «nunca
en la larga historia de la medicina se ha aprobado una sentencia de muerte
colectiva, como ocurre hoy con el pretexto del sida». Frente
a quienes quieren marginar y condenar a los que simplemente han aparecido
como seropositivos tras cualquier test -por otra parte, nada fiables ni
seguros- deben saber los condenados que es muy posible que puedan
vivir una vida normal si no se dejan arrastrar hacia los tratamientos de
fármacos antivíricos... Y que incluso los enfermos de sida
pueden encontrar una solución, al margen de los tratamientos hasta
ahora tenidos por idóneos.
Ninguno de los grandes postulados que condujeron enfáticamente a definir lo que podría ser el sida se está cumpliendo. En principio parece conveniente recordar que lo que se llama sida no es otra cosa que un conjunto de 30 enfermedades que existían mucho antes de que apareciese el VIH como agente catalizador. Se trata de enfermedades microbianas o infecciones oportunistas que se desatan por una inmunodeficiencia ya existente, como las denominadas Pneumocystis carinii, candidiasis, tuberculosis, citomegalovirus, virus del herpes, toxoplasmosis, y otras, que aun estando dentro del arquetipo sida no se producen como consecuencia de una inmunodeficiencia o por la acción de agentes microbianos, como, por ejemplo, la enfermedad por consunción, el sarcoma de Kaposi, la demencia y el linfoma. Estas enfermedades procedían de cuatro grupos de riesgo detectables en homosexuales habituados a la inhalación de drogas recreativas (nitritos de amilo), consumidores de drogas intravenosas, hemofílicos y receptores de transfusiones.
Los protocolos médicos registrados desde 1985 indican que el sida no se comporta como una enfermedad infecciosa, puesto que el 90 por ciento de los enfermos que hay en América, y el 86 por ciento de los europeos, son varones comprendidos entre los 20 y los 46 años; es decir, que discrimina a la mujer, mientras que los 550.000 casos registrados en África hasta diciembre de 1996 entre una población seropositiva que se supone que llega a los nueve millones (no hay datos fiables), el sida se distribuye al 50 por ciento entre hombres y mujeres, y sus manifestaciones se presentan a través de fiebres, diarreas, tuberculosis y un número de enfermedades tradicionales en el continente negro. Además, tampoco se cumplen aquí los principios de Koch, pues el virus es prácticamente inactivo: aun durante la fase de inmunodeficiencia adquirida no hay un patrón común de síntomas de sida en pacientes de grupo de riesgo distinto; por lo tanto, no puede haber una vacuna y no se cura con fármacos antivíricos.
Oficialmente se dice que el sida es una enfermedad de trasmisión sexual. Sin embargo, un nutrido grupo de científicos disidentes replica que el VIH es prácticamente inexistente en el semen de los enfermos de sida, y que para que tal extremo se diera serían necesarios del orden de mil contactos sexuales entre parejas heterosexuales y alrededor de 500 entre homosexuales. Es extraordinariamente difícil que las prostitutas se vean infectadas por el VIH si no consumen drogas. Las estadísticas que hablan de seropositivos y sida por transmisión sexual no han tenido en cuenta, no ya que se tratara de casos de una elevada promiscuidad, sino que la mayoría de esos afectados eran habituales consumidores de drogas. Curiosamente, durante este tiempo ha aumentado el número de embarazos no deseados y las enfermedades venéreas, no así las infecciones por VIH.
Las tasas de incremento de la supuesta epidemia, lejos de aumentar alarmantemente, como se preveía, se han mantenido estables. De los dos millones de seropositivos norteamericanos entre una población de 250 millones (0,8 por ciento) hay contabilizados 565.000 enfermos de sida, y ello porque en 1994 las autoridades sanitarias cambiaron la definición oficial del síndrome, aumentando espectacularmente los índices estadísticos (tan sólo dos años atrás, en 1992, el número censado era de 210.000, menos de la mitad). En total, en el continente americano los casos registrados de sida son 750.000; del casi millón de seropositivos europeos (0,3 por ciento), hay 179.000 nuevos casos entre la población heterosexual y a 25.000 de entre los ocho millones de censo homosexual, en tanto que en Europa la cifra oscila entre 12.000 y 16.000, siendo de 20.000 en África. Únicamente 872 adolescentes norteamericanos, de entre 13 y 19 años, han desarrollado el sida en los últimos once años y la mayoría eran homosexuales, o abusaban de las drogas, o padecían de hemofília; sólo seis eran heterosexuales.
Por lo que respecta a Europa, el número de casos anotados es de 179.000 en el tercer trimetre de 1996. Francia es el país con mayor incidencia, 43.451, seguido de España con 41.598; en tercer lugar, Italia con 35.949, en tanto que Portugal figura con 3.575 casos. Curiosamente, para una pandemia como la que se auguraba con el sida, la Organización Mundial de la Salud tenía en 1996 registrados 1.312 casos en Japón (120 millones de habitantes), en la India 2.900 (850 millones de seres), con un global en Asia de 54.000 casos, mientras que en Oceanía el número se reducía a la exigua cifra de 7.500.
Dogmas incumplidos.
El
dogma oficialista exige que el VIH ha de estar presente en el momento de
desarrollarse la enfermedad y, sin embargo, en más de 50 por ciento
de los casos el virus no se encuentra; es decir, que la condición
sine qua non que el doctor Gallo pontificó en 1991 («sin
VIH no hay sida») no se cumple, como tampoco la máxima
que afirma que quienes han sido infectados por el VIH desarrollarán
la enfermedad, puesto que las estadísticas han añadido decenas
de miles de seropositivos que no muestran otra situación enfermiza
que la mantenida por el terror y por los tratamientos tóxicos con
AZT. Este cúmulo de contradicciones ha llevado al doctor Montagnier,
el auténtico descubridor del VIH, a señalar que «la
infección por VIH no conduce necesariamente al sida»,
hecho confirmado por otros investigadores durante la VIII Conferencia Internacional
sobre el Sida, que tuvo lugar en julio de 1992 en Amsterdam, y que ha obligado
al Centro de Control de las Enfermedades a modificar su máxima de
que «el VIH causa todo el sida» por «el VIH
causa la amplia mayoría de los casos de sida».
Cada
vez son más numerosos los científicos e investigadores bioquímicos
que afirman demostrar que en realidad el VIH no es más que otro
retrovirus
de los muchos que están presentes en el cuerpo humano desde hace
años, con la particularidad de que el VIH es totalmente inofensivo
y no presenta casi actividad. Gallo afirmó siempre que el VIH, al
abandonar el período de latencia, se lanzaba vorazmente a exterminar
todas las células T. Pero en realidad Gallo no pudo más que
suplantar el protocolo investigado por Montagnier en 1983, y aunque inicialmente
se llevó la fama y el dinero, con el tiempo su acción fue
descubierta y denunciada. Según los trabajos de Duesberg,
profesor de biología molecular de la Universidad de San Francisco
-quizá el mejor experto mundial en retrovirus-, miembro de la Academia
Nacional de Ciencias norteamericana y uno de los máximos exponentes
del grupo de científicos disidentes, para activar el VIH en pacientes
de sida se debe cultivar una media de 5 millones de leucocitos de seropositivos,
y aun así resultará extraordinariamente difícil conseguir
in
vitro un virus infeccioso de un portador de VIH. Ni siquiera con la
PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa), inventada por el premio
Nobel de Química Kary Mullis, otro destacado disidente de las tesis
oficiales sobre el sida, se puede distinguir entre los provirus intactos
y los defectivos, después de amplificar un fragmento de ADN de un
provirus de VIH.
Lo verdaderamente importante es que lejos de aniquilar las células T y producir inmunodeficiencia, el VIH se comporta con el «sello característico de la replicación de los retrovirus, al convertir el ARN vírico en ADN e integrar deliberadamente este ADN como un gen parásito en el ADN celular» (Duesberg), para lo que resulta del todo fundamental que la célula sobreviva a la infección. Como media, en los pacientes de sida sólo una de cada 500 a 3.000 células T, o uno de cada 1.500 a 8.000 leucocitos están infectados por el VIH, y al menos el 5 por ciento de todas las células T se regeneran durante los dos días que tarda un retrovirus en infectar una célula, con lo que resulta materialmente imposible que el VIH produzca inmunodeficiencia. Otro hecho contradictorio que se da en el caso del VIH es que el concepto de anticuerpos significa el pronóstico de una futura enfermedad, lo contrario de lo que siempre se quiere expresar cuando decimos que tenemos anticuerpos de algo, es decir, que estamos inmunizados contra la patología vírica de que se trate.
La
pregunta es capital, hasta el extremo de que después de todos estos
años en los que la burocracia oficial ha gastado miles de millones
de dólares anuales en investigación y en planificación,
los soberbios mandarines del CDC han tenido que reconocer que no lo saben.
Trece años después de las declaraciones triunfalistas que
aseguraban el casi inminente fin del sida, nos encontramos con cantidades
ingentes de dinero tirado, el repugnante enriquecimiento de unos pseudoinvestigadores
homicidas que han conducido a la muerte a millares de personas, sin vacuna,
con el tiempo perdido, y durante varios años con la única
oferta oficial de tratar el sida y a los seropositivos con una droga que
literalmente mata, como es el AZT-Retrovir, y que se ha empezado a modificar
después del congreso de Vancouver, al descartarse por ineficaz y
peligroso el tratamiento por monoterapia, para dar paso al uso combinado
de tres fármacos que se suponen inhibidores de la transcriptasa.
Montagnier,
que ha modificado moderadamente sus opiniones, cree que el sida necesita
de un cofactor, los citoplasmas, para su desarrollo. Duesberg
asegura que el abuso de drogas de diseño y de recreación,
nitritos inhalables psicoactivos y afrodisíacos, los fármacos
antivíricos como el AZT y la malnutrición son las causas
del sida. El premio Nobel de Química Kary Mullis fue categórico
durante la 28 reunión internacional de la Sociedad Europea de Investigación
Clínica, que tuvo lugar en Toledo en abril del 94: «Tengo
datos para afirmar que el sida no es una enfermedad infecciosa, no está
causada por el VIH. Los seres humanos están llenos de retrovirus
que nunca han matado a nadie... No puedo encontrar un solo virólogo
que quiera darme referencias que demuestren que el VIH es la causa probable
del sida». El doctor Bryan Ellison está convencido de
que la «opinión dominante entre los pocos científicos
que observaban el sida desde el inicio, era que debía estar causado
por drogas, en concreto por «poppers» (nitritos de amilo, muy
populares entre la comunidad homosexual)».
El
doctor Charles Thomas, coordinador del Grupo para la Revaluación
Científica de la Hipótesis VIH=sida, señala que «no
puedo citar una sola publicación científica que demuestre
que el VIH es la causa del síndrome», y varios centenares
de científicos disidentes de las teorías oficialistas, como
los doctores Harvey Bialy, Robert Root-Bernstein,
Joseph A. Sonnabend, junto a periodistas científicos, expertos en
estadística y supervivientes del sida, están abriendo poco
a poco una grieta crítica. Una de las mayores amenazas para la vida
de los enfermos de sida y de los seropositivos está precisamente
en el tratamiento oficial con AZT-Retrovir, y ello, sencillamente, porque
mata. En 1987 las autoridades sanitarias norteamericanas admitieron el
uso del AZT en los enfermos de sida, y desde 1990 ampliaron su aplicación
a los seropositivos, a pesar de los informes técnicos que desaconsejaban
su uso. El AZT fue diseñado en los años 70 como quimioterapia
para los tratamientos de cáncer, pero no llegó a aplicarse
ante el conocido efecto que presentaban sus efectos secundarios. El sida
lo reactualizó y hoy en muchas tumbas reposan los efectos del AZT.
En la actualidad, unas 200.000 víctimas siguen envenenándose
con esta droga. Sin embargo, a la ortodoxia médica mundial no le
ha quedado más remedio que reconocer en la última conferencia
internacional sobre sida celebrada en Vancouver, que el AZT presenta muchos
efectos secundarios dramáticos.
Para el doctor Duesberg, el tratamiento por
acidotimidina es simplemente «sida de diseño». Es decir,
que si sólo eres seropositivo, el AZT se encargará de desarrollar
el sida y, en poco más de año y medio, matarte.