Diario 16. Martes, 24 de junio de 1997.

Prueba inútil.

El martes pasado formulé una invitación a los especialistas oficiales del sida a que tengan el valor intelectual y humano de interrogarse acerca de lo que hacen. En particular, a que se atrevan a cuestionar la validez de los cambiantes marcos teóricos y de los aparatos que usan. Y empecé a abordar lo que los oficialistas llaman «carga viral», que dicen que mide el número de ejemplares del (inexistente) VIH que se encuentra en cada mililitro de sangre. Expliqué que los dos artículos aparecidos en «Nature» n.° 373 que sirvieron para implantar el concepto de «carga viral» no tenían rigor científico alguno. La rápida y acrítica aceptación de la «carga viral» había logrado convertir de la noche a la mañana un supuesto «VIH lentivirus y con un periodo de latencia de más de diez años» en un supuesto «VIH a toda velocidad, que se multiplica por miles de millones desde el primer instante». 


La «carga viral» no mide nada.
La llamada por los oficialistas «carga viral del VIH» no indica carga viral alguna.

Pero es utilizada para justificar el envenenamiento con cócteles de las personas etiquetadas.

Lluís Botinas.Lluís Botinas/Barcelona.

Los argumentos metodológicos, históricos y de sentido común dados el martes pasado descalifican «eso» llamado «carga viral». Pero se debe descartar aún por més razones que las ya esgrimidas.

En primer lugar, porque el VIH no existe, por lo que es puro delirio de ciencia-ficción destructiva decir que se mide cuántos ejemplares están presentes en cada milímetro de sangre. De nuevo, recordar que siguen faltos de candidatos los más de dos millones de pesetas en premios otorgados por DIARIO 16, la asociación C.O.B.R.A., la revista inglesa «Continuum» y la asociación alemana M.U.M., a quien traiga la documentación científica que pruebe que el VIH existe. Y recordar también que en el juicio por sangre contaminada de Göttingen ningún oficialista se presentó a declarar, bajo juramento y frente al virólogo alemán doctor Lanka, a fin de defender la existencia del VIH, por lo que el médico inculpado fue declarado inocente.

En segundo lugar, y aún aceptando que «el VIH existe», resulta que el VIH es no-citocida, es decir, no mata a la célula que lo contiene cuando se multiplica en su interior. Por lo tanto, no implicaría gravedad alguna tener muchas copias de un inofensivo VIH, al igual que se tienen muchos otros.

Sin pruebas.

Para recalcar que no hay prueba alguna de que el VIH sea capaz de matar célula alguna, ni las llamadas T ni ninguna otra, conviene recordar varias cosas:

  1. Luc Montagnier.El propio doctor Montagnier en 1990 se inventó la hipótesis de los cofactores: puesto que desde 1983 le había sido imposible mostrar que el VIH por sí sólo fuese capaz de matar célula alguna, concluyó que era preciso que hubiese otro factor que actuase al mismo tiempo en la misma célula. Supuso que sería un microplasma... y siete años después aún anda buscándolo sin resultados.
  2. En los mal llamados «test de sida» se utilizan unas bandas de proteínas que nos dicen que son «proteínas del VIH». ¿Nadie se pregunta de dónde y cómo se obtiene la enorme cantidad de supuestas proteínas del supuesto VIH necesarias para llevar a cabo los millones de tests-chapuza que anualmente se realizan en todo el mundo?. Resulta que el VIH es constantemente producido en masa para los «tests del sida» en cultivos de células T en cantidades que los fabricantes calculan en un millón de copias por mililitro, cultivos cuyas células -¡precisamente T!- no sólo no mueren sino que son consideradas inmortales.
  3. Además, nadie ha podido presentar ensayos en laboratorio en los que se demuestre que el supuesto VIH mata célula alguna. Y si el VIH no puede matar célula alguna en tubos de ensayo, ¿cómo lograría hacerlo dentro del cuerpo humano, que posee unos mecanismos inmunitarios de defensa que en absoluto tienen los cultivos celulares?.
  4. No hay hecho alguno que demuestre que el VIH puede matar célula alguna. Pero eso sí: cada vez hay más hipótesis con nombres raros acerca de cómo más equipos de investigadores suponen que el VIH quizá pueda matar. Desde la apoptosis o «suicidio celular» a la «hit and run» («golpea y corre»), pasando por casi una docena de hipótesis distintas. Naturalmente, estos equipos de investigadores viven de investigar la hipótesis para la que han conseguido importantes fondos, y no tienen ninguna prisa en que se combruebe si es cierta o no, mientras vayan cobrando a final de cada mes.
En tercer lugar, aun aceptando que «el VIH existe» y que «el VIH es capaz de matar las células que infecta», resulta que las modernas versiones de la PCR utilizadas según se nos dice para «medir la carga viral» trabajan con plasma. Por definición, en el plasma no hay células sanguíneas, luego no están los leucocitos o glóbulos blancos y, en consecuencia, tampoco habrá la clase de glóbulos blancos llamados linfocitos, en particular los del subtipo oficialmente denominado T4. Ni ningún otro tipo de células. Luego el supuesto VIH que ahí encuentre la PCR no puede ser VIH que esté en el interior de células (lo que se dice: infectando células), sino tan sólo VIH fuera de células, lo que se denomina libre o circulante. Y resulta que todo VIH libre no es infeccioso ni, por lo tanto, significa peligro alguno.

En efecto, una característica fundamental atribuida al VIH en el primer modelo del doctor Gallo y que no cuestiona el segundo del doctor Ho es que su proteína de superficie gp120 es crucial para que el VIH pueda infectar nuevas células. Y resulta que la glicoproteína 120 no se encuentra en las partículas que están fuera de célula (éste es la justificación que los oficialistas dan para explicar que nunca han podido presentar una foto de algo presentado como VIH que contenga las protuberancias correspondientes a la glicoproteína 120). Luego por alta que digan que es la «carga viral» o, lo que según la concepción oficial es lo mismo, por grande que fuese el supuesto número de copias de VIH por mililitro de sangre, estos VIH en sangre no representan peligro alguno, puesto que no son infecciosos según el propio diseño oficial del VIH.

Nueva hipótesis.

Finalmente, la novedad propuesta por el doctor Ho de que «el VIH no mata directamente sino indirectamente marcando los T4 y haciendo que los T8 eliminen a los T4 infectados», no significa avance alguno para la hipótesis oficial. En efecto, resulta que el propio doctor Ho publicó, aunque en este caso sin dar conferencias de prensa ni publicidad y con el doctor Chao como primer nombre firmando el artículo aparecido en el «New England Journal of Medicine» n.° 332, que los 100.000 VIH encontrados con la PCR correspondía a menos de diez VIH encontrados con las técnicas anteriores. O sea que si en realidad los T8 destruyesen el escasísimo número de T4 señalados para ser eliminados, el cuerpo ni lo notaría, porque tal disminución no sería biológicamente significativa debido a que el ritmo natural de sustitución de T4 es enormemente mayor. 


En la primera página de hoy doy algunas razones más para entender que la llamada «carga viral» no tiene significado alguno en relación al sida, y debe ser prohibida. También apunté que la técnica utilizada para «medir la carga viral» se llama PCR y que su inventor -el doctor Kary Mullis, que fue por ello premiado con el Nobel de Química de 1993- afirma que ni su PCR original ni los modelos derivados sirven para medir carga viral alguna. En esta segunda página expongo algunas de las razones que permiten llamar fraude al uso que los oficialistas hacen de la PCR. Esta prueba tiene importantes limitaciones intrínsecas. Por ejemplo, no permite medir «cargas virales» y tampoco no sirve para cuantificar el material genético original ni para amplificar virus enteros, aunque existan realmente. 
La PCR no mide «cargas virales».
La PCR no sirve para cuantificar el material genético original ni para amplificar virus enteros, aunque existan realmente.

La PCR ha revolucionado la teoría y práctica oficiales del sida, pero de forma ilegítima.

¿Por qué la PCR no se puede usar como están haciendo los oficialistas? Por varias razones. En primer lugar, porque la técnica PCR tiene unas limitaciones intrínsecas que los oficialistas parecen ignorar:

  1. Sólo se puede ampliar secuencias que ya son previamente conocidas, pues sólo así se pueden preparar las necesarias moléculas de arranque de dos tipos. Es decir, sólo se puede detectar aquello que ya se conoce. Y puesto que el VIH no existe, no se pueden construir las moléculas de arranque imprescindibles. Pero como se ha diseñado un VIH (en realidad, varios), también se diseñan moléculas de arranque que nos dicen que son adecuadas para el VIH.
  2. La unión de la molécula de arranque con la cadena de ADN depende de muchos factores (temperatura, minerales, pH,...), con lo que según en qué condiciones se trabaje, se pondrá o no en marcha, y se obtendrá o no un ADN multiplicado.
  3. Nunca se secuencia el ADN obtenido, es decir, nunca se busca en qué orden están las letras genéticas del ADN resultante. Secuenciar permitiría comprobar que se ha multiplicado lo que se quería. El riesgo es que se puede amplificar otro ADN en vez del ADN que se pretendía. Pero al final se afirma haber obtenido el que se deseaba... ¡aunque no haya sido secuenciado lo obtenido!
  4. Con la PCR no se puede cuantificar el material genético de partida. Es una técnica cualitativa, que permite decir si un tipo determinado conocido de ADN se encontraba presente o no. Pero no es una técnica cuantitativa que permita saber qué cantidad había de aquello cuya presencia se ha confirmado. Se pretende que esta última pega se ha superado con variantes posteriores de la PCR, como la PCR-QC y la PCR-b-ADN. Pero aunque no sea posible entrar hoy en ello, dicha pretensión es totalmente falsa. La cuestión clave para entenderlo es que cualquier error que se haga al suponer el peso relativo del ADN original, también será multiplicado millones de veces por la PCR. El propio doctor Mullis afirma que el margen de error acerca del número de moléculas iniciales que contiene el tubo de ensayo es como mínimo del orden de entre uno a cien mil.
En segundo lugar, la PCR sólo permite multiplicar secuencias cortas de ADN, de entre 200 a 1.000 letras genéticas. Y el VIH diseñado por los doctores Gallo y Montagnier tiene 9.150 letras genéticas. Es importante subrayar que este número fue consensuado porque era un escándalo que distintas propuestas del mismo VIH tuviesen longitudes distintas, lo cual rompía un principio cardinal de la virología: que todos los ejemplares de un mismo virus tienen la misma longitud. Luego la PCR no sirve para multiplicar ejemplares enteros de virus.

Y hay muchas más razones que descalifican el uso que los oficialistas hacen de la PCR. Pero está siendo utilizada para dictaminar la supuesta carga viral de VIH de la persona etiquetada, para decidir el cóctel venenoso que se le administra y, encima, para afirmar que los venenos suministrados le resultan beneficiosos. ¡He aquí otra maravilla de la pseudociencia del sida! 


El difícil funcionamiento de la técnica PCR.

La PCR se apoya en la capacidad que tiene el ácido nucleico ADN de elaborar lo que finalmente son dos copias idénticas de la información genética hereditaria de una célula, yendo cada copia a parar a una de las dos células hijas. Para ello, cuando una célula va a dividirse, los dos filamentos enroscados de ADN se separan uno del otro porque se rompen los enlaces bioquímicos que los unen lateralmente. Y a partir de puntos determinados a los que se adhieren sendas cortas moléculas de arranque naturales, se empiezan a constituir en direcciones opuestas filamentos nuevos complementarios a los ya existentes. La complementariedad viene determinada por el hecho de que las cuatro letras genéticas (A, C, G y T) que componen el ADN sólo pueden unirse de dos formas determinadas (la A con la T y la C con la G). El orden en que están dichas letras genéticas se llama secuencia del ADN. Para duplicarlo es necesario calentar el tubo de ensayo, con lo que los filamentos se separan. A continuación se añaden cantidades adecuadas de las cuatro letras genéticas, de moléculas de arranque artificiales de dos tipos y del enzima necesario. Al final del proceso habrá el doble de ADN que al origen. Pero la operación no puede volver a repetirse sino otra vez como máximo porque al calentar de nuevo el encima se destruye.


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