La búsqueda de la convivencia con el HIV.

Hace quince años, justo después del nacimiento de mi primer hijo, me catalogaron como portadora de un virus mortal.

También mi hijo era portador, lo mismo que mi marido. Era el año 85 y por lo tanto no había practicamente información a nuestra disposición. Pero la medicina se encargó de meternos el miedo en el cuerpo con la amenaza de una muerte inminente.

Todo ello supuso un replanteamiento importante de mi vida, así como la búsqueda, ya en aquel momento, de ayudas alternativas que nos dieran otra visión del «problema».

En parte, esa búsqueda fue motivada por el hecho de que mi marido empezó a estar muy enfermo, medicamente aún no sé bien que tenía, lo que sí que sé es que a partir de la fatídica noticia entró en una espiral depresiva de la que no pudo salir. Murió tres años después. Según el certificado de defunción a causa de un «paro cardiorespiratorio SIDA».

Dos años después, el 1990, me junté con otro hombre, también portador del virus y que estaba muy pendiente de las analíticas y de las revisiones médicas. Los médicos, sin dudarlo ni un segundo y dado el resultado de los análisis, nos comunicaron que la única solución para alargar nuestra vida era tomar AZT. Yo, a partir de un convencimiento intuitivo, decidí que no tomaría aquel medicamento. Era como si nos quisieran convencer de la existencia de una enfermedad que supuestamente teníamos pero que yo no sentía ni física ni mentalmente. Y él se murió.

La diferencia que hay entre vivir o morir, en esos momentos de duda, está en hacerse o no un replanteamiento total de la vida, un análisis profundo de lo que hemos hecho y de cuales son las motivaciones que nos han llevado hasta allí, y, dado que hemos decidido vivir, cambiar todos los patrones de comportamiento.

A estas conclusiones, y a muchas otras, llegué después de un agotamiento vital profundo. Agotamiento físico debido al consumo de drogas y a la vida de desorganización que llevaba. Agotamiento mental, emocional, etc. Yo tenía entonces 31 años, hacía uno que había tenido a mi segundo hijo, mi estado general era bastante patético y mi segundo compañero estaba a punto de morir.

Después de su muerte y de la de otros amigos, me dediqué, poquito a poco, a rehacer mi vida, a cambiar, a renovarme absolutamente en todos los aspectos: tanto interiormente como respecto a mi entorno, a mi espacio vital. Me deshice de objetos, muebles, etc. que me traían recuerdos de un mundo que quería dejar atrás. Fueron muchas horas de soledad buscada, de reflexión, leyendo libros de auto-ayuda, practicando el silencio y, sobre todo, escuchando mi yo interior.

Fueron, prácticamente, dos años de vida monacal y de búsqueda. Evidentemente continuaba trabajando en mi taller, ya que había que comer; tengo dos hijos a los que, especialmente en aquellos momentos, me dediqué plenamente y a ellos les agradezco estar viva.

Estoy absolutamente convencida del poder de la mente, y de que la fuerza y las ganas que tú tengas de vivir y, sobre todo, de creer en la sabiduría del cuerpo, hace que a tu alrededor aparezcan las ayudas necesarias para conseguirlo.

Mi última analítica es del año 1996, «el experto en medicina de turno», sin dudarlo un momento, ni cuestionarse mi estado de salud, que por cierto es formidable, me sentenció así: si yo no tomaba los cócteles, que en ese momento eran el último grito en medicina, moriría a lo sumo en dos años. ¡¡¡Y esto, señores, es muy bestia!!!. Yo me sentía bien, no tenía ninguna enfermedad. Entonces, ¿por qué intentaban convencerme de que era una enferma crónica que debía tomar una medicación altamente tóxica para el cuerpo y, por lo tanto, con unos efectos secundarios terribles?. Todo ello era «imprescindible» para curar no sé muy bien qué.

En aquellos momentos, con una fuerza interior que no sé de dónde salía, me dediqué a recoger información, libros, prensa, asociaciones diversas, etc.

Fui a visitar a diversos médicos y me daba perfecta cuenta de la dificultad que les representaba responder a mis preguntas.

A todo esto decidí que si, efectivamente, tenía que morirme, seria mucho mejor que fuera de una forma natural, sin destruir mi cuerpo de esa manera, francamente, creo que no se lo merece.

Tengo que agradecer a la medicina buenas dosis de depresión, de hundimiento y de dudas. Mal estar, inseguridad, tristeza... que muy posiblemente influyeron en la pérdida de las tan apreciadas defensas que ellos, en una heroica cruzada (comercial, eso sí), intentan defender de un pobre contrincante fantasma.

Creo que hay muchas alternativas para mantener el cuerpo y la mente en forma, y que la vida es un continuo de pruebas a superar. Se necesita, sobre todo, una convicción profunda de cambio; para que en nuestra vida entren cosas nuevas y diferentes. Hay que hacer sitio, desechar todo aquello que es viejo, ya sea emocional, físico o material; renovarse lo más posible y actuar siempre con espíritu de transformación.

No debemos caer en la autocompasión, el deporte preferido del ser humano, sino intentar comprender por qué pasan las cosas. Al final, siempre decidimos única y exclusivamente nosotros mismos sobre nuestra vida y sobre cómo queremos que sea.

Pedir ayuda es muy positivo, hay muchas opciones que te pueden dar una perspectiva muy diferente de la vida.

Ahora, al hacer la reflexión sobre la muerte de mis dos compañeros, he llegado a la convicción de que ellos estaban cansados de vivir, y estaban en su derecho. Luchar por la vida no era su objetivo. Yo no comparto esa postura. Siento que vale la pena vivir y que cada día es una nueva experiencia que merece no perderse.

Con cariño. Flora.


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