Testimonio de Juan Luís.

Voy a explicar de una forma resumida mi experiencia de los últimos catorce años.

En el año 1985 decidí practicar ejercicio en un gimnasio para abandonar unos malos hábitos de vida.

Conocí una chica con la que me fui a vivir. Entonces empezaba a trabajar de fotógrafo de prensa.

Haciendo una «guardia» en el Hospital Clínico a un personaje famoso, tuve la oportunidad de donar sangre para una niña con leucemia.

A las dos semanas, recibí una carta para que fuera al hospital. Me dieron la fatal noticia: Había dado positivo al test del VIH.

Me dijeron que debía de conservar la calma, puesto que no era algo rápido (la muerte) y podría ocurrir entre año y medio y tres años.

Así pasé un mes bastante afectado, pensando lo duro que es esperar a la muerte. No creía que podría seguir viviendo el año siguiente, pero gracias a mi compañera, unos amigos y familiares me rehice y seguí interesado en mi trabajo y disfrutando de mi tiempo libre.

Me hacía controles de sangre en el hospital, cada tres meses. Mis índices eran de asintomático, pero me propusieron participar como «Conejillo de Indias» en un estudio internacional de un fármaco, del cual ni yo ni el médico sabíamos de que iba a tomar.

Me sentí presionado al escuchar al médico decirme que era una buena oportunidad antes de que el virus empezara a atacarme. Debía firmar un papel conforme yo era el único responsable de los efectos nefastos del tratamiento y no los médicos o la marca farmacéutica.

Lo firmé como un imbécil y empecé a tomar un gramo de aquel producto, repartido en dos tomas al día.

A los cuatro meses tuve que ser ingresado en el hospital debido a una anemia que estuvo a punto de costarme la vida. Según un papel firmado por los propios médicos, la causa era el producto que tomaba, puesto que una de las consecuencias del AZT era la anemia (además de otros 25 efectos secundarios más).

Etiqueta de AZT de la casa Sigma.
Etiqueta de AZT de la casa Sigma. Véase que se advierte de su toxicidad a pesar de tratarse de una dosis de 25 mg. Las personas diagnosticadas de seropositivas empezaron tomando dosis de 1.500 mg.

Una semana después salí del hospital, pero antes volví a participar en un estudio científico en el cual me extrajeron de la pierna un trozo de tejido muscular, según me dijeron, para «investigar la enfermedad».

Después me enteré que no era oficial la investigación en aquel centro.

Tres meses después, en una visita para recoger análisis, me propusieron volver a tomar el AZT, pero reducida la dosis a la mitad, avalado esto con un estudio internacional del beneficio del producto y explicándome lo terrible que sería el virus en el momento en que me atacara.

Presionado, empecé con el tratamiento. Al cabo de tres años de tomarlo, y continuar con una vida condicionada por no olvidar de tomar el medicamento, y sus efectos indeseables (pérdida de memoria, pérdida de peso, cansancio, etc.), en el departamento del hospital me dijeron que debería comenzar a combinar el AZT con el DDI, puesto que mi evolución era buena, me mantenía con buena salud y esto según ellos no era normal, puesto que otras personas habían empezado a desarrollar enfermedades entre el año y los tres años, eso si, decía que la causa era el VIH.

Así que, otra vez, seguí los consejos del médico y volví a adaptarme a los horarios y métodos de toma del nuevo combinado. El DDI era peor que el anterior. Debía de tomarlo media hora antes de las comidas, con el estómago vacío, y aún hoy, cuando huelo «6 en 1» (derivado del petróleo) me recuerda aquel terrible producto.

Me producía ganas de vomitar, perdía el apetito y toda una lista de otros efectos secundarios que ya me advertían en los prospectos. Pero según los médicos, era la mejor forma de evitar que el virus se activara algún día.

Después de un año con este cóctel de venenos, pedí al médico que me cambiara el DDI por otro medicamento, puesto que cada vez me hacía sentir peor.

En mis analíticas se observaba un aumento de transaminasas y problemas en riñones. Así que me substituyeron el DDI por el DDC, que era unas pastillas más pequeñas y más fáciles de tomar.

Pero mis analíticas demostraban que mi hígado y mis riñones seguían estando afectados.

Año tras año, dejaba de ver caras conocidas en la sala de espera de la recogida de resultados y fármacos. Cada vez éramos menos los que aguantábamos aquellos medicamentos.

Después de cinco años continuaba asintomático. Un día llegó a mis manos un diario con la convocatoria de unas jornadas sobre medicina natural, en los que se hablaba de enfoques y tratamientos distintos para el SIDA. Allí escuché por primera vez que no estaba demostrada la relación entre el VIH y el SIDA y que era posible vivir sin medicamentos alópatas.

Conocí personas que me explicaron su experiencia. Recogí material científico e informativo y después de dos semanas, decidí dejar los tratamientos del hospital (DDC y AZT).

Para tranquilizar mi mente, tomé unos productos homeopáticos e hice una desintoxicación del hígado y del riñón con unas hierbas.

A los dos meses volví al hospital y volví a hacerme una analítica. La doctora me preguntó qué había tomado, puesto que mis resultados eran mejores y mostraban una recuperación del hígado y riñones.

Le expliqué que había dejado de tomar los medicamentos que me recetaba ella y que desde entonces me encontraba mejor y que conocía a más personas que también se encontraban bien sin tomarlos. Le ofrecí información de una corriente de científicos y médicos que explicaban otras causas de las enfermedades relacionadas con el SIDA y que ser seropositivo no significaba que iba a desarrollar alguna enfermedad.

Me despidió gritándome diciendo que me iba a morir el año que viene, a lo que le contesté que yo no iba al hospital para que me gritaran y me sentenciaran a muerte. Desde entonces no he vuelto a ir, ni siquiera para hacerme las analíticas.

Han pasado cinco años, desde que dejé aquellos venenos, el 18 de noviembre de 1994. En este tiempo he tomado algún analgésico para extracciones dentarias y nada más.

A través de la asociación COBRA conocí múltiples métodos para mantener la salud (fitoterapia, reflexología, psicobiología, acupuntura, etc.) los cuales he puesto en práctica. También he asistido a cursos de biología, medicina, epidemiología para entender las razones de la salud y la enfermedad que realiza esta asociación con la que he colaborado.

Afirmo que no creo en el supuesto VIH y animo a que personas afectadas por un resultado positivo al test no ingresen en la lista de víctimas de los venenos farmacológicos e intenten mirar más en su vida para poder corregir lo que no está bien y de esta forma tener una armonía entre mente, cuerpo y espíritu.

Cuidar la alimentación (macrobiótica, vegetariana, etc.) hacer un mínimo de ejercicio (no deporte excesivo), no trabajar demasiado y dedicar más tiempo a aquellas cosas que nos hacen sentir bien a nosotros y a los demás son las bases de una prevención de las enfermedades y fortalecen la salud y la alegría.

Saludos.

Juan Luís López.

free-news.org