Más Allá de la Ciencia. N° 106, Diciembre de 1997.

SIDA: lo que dice la ciencia convencional.

El doctor Andrés Rodríguez Alarcón, responsable de la sección de Salud de la revista, comenta en las siguientes líneas -de manera resumida, por cuanto ya ha sido explicada en números anteriores y es más conocida- cuál es la explicación oficial sobre el Sida, además de recoger las posturas críticas de los médicos disidentes. El lector, en todo caso, encontrará extensa información de esas opiniones en el resumen del congreso que se acaba de celebrar en Colombia y la crítica de Lluís Botinas -coordinador de la Asociación COBRA- a los llamados «tests del Sida» para detectar la enfermedad.

El problema del Sida, diferencias entre los expertos al margen, es trágicamente real porque en nuestro planeta mueren diariamente miles de personas por infecciones que nunca debieron tener y otros muchos miles más se ¿infectan? de este misterioso mal que, además, parece escapar a cualquier definición universalmente aceptada. Y es que desde que en 1981 se comunicaron los primeros casos de una poco frecuente forma de «neumonía» que afectaba a varones jóvenes y homosexuales y, poco tiempo después, se constató la proliferación de un raro tumor de piel llamado Sarcoma de Kaposi en el mismo tipo de personas, el problema empezó a salirse de los cauces normales y a rodearse de un halo de controversia que ha ido en aumento hasta la actualidad.

PERO, ¿QUÉ ES EL SIDA?

El S.I.D.A., siglas que presuntamente corresponden al llamado Síndrome de Inmunodeficiencia Humana Adquirida (AIDS en inglés) -y decimos presuntamente porque lo correcto en español sería S.I.H.A.- no es ni siquiera una «enfermedad» ya que un síndrome no es sino «un conjunto de síntomas». Y eso fue, precisamente, lo primero que llamó la atención de los investigadores; de ahí que la ciencia ortodoxa prefiera hablar de «infección por VIH», oficialmente el retrovirus responsable del síndrome.

Dicho esto, hay que explicar que -oficialmente- el Sida se caracteriza por la aparición en quien lo padece de un conjunto de infecciones llamadas «oportunistas», así como tumores -sobre todo de tipo linfático- en personas aparentemente sanas pero en las que se ha apreciado una alteración importante del sistema defensivo; alteración, por supuesto, detectada después del nacimiento (para así diferenciarla de las alteraciones inmunitarias congénitas).

¿Y QUÉ CAUSA EL SIDA?

Robert Gallo.Entre 1983 y 1984, un grupo de virólogos -entre ellos los conocidos Luc Montagnier, Robert Gallo, Barré-Sinoussi y Cherman- publicaron varias investigaciones en las que relacionaban la aparición de los síntomas descritos con unos virus que, en un principio, fueron denominados HTLV-I, II y III y, posteriormente -desde 1987-, Virus de la Inmunodeficiencia Humana o VIH, pertenecientes a la familia de los retrovirus. Alegando que el VIH constituye una cadena de aminoácidos que no puede reproducirse fuera de unas células humanas específicas -los linfocitos T4 de nuestra sangre-, fundamentales -porque se trata de anticuerpos- a la hora de defendernos de las enfermedades producidas por agentes externos, es decir, virus, bacterias y hongos. Pues bien, explican estos investigadores que una vez dentro del linfocito -al que el virus llegaría a través de la sangre-, éste se «replica» a expensas del material cromosómico de la célula parasitada, que acaba así destruida tras un proceso bioquímico bastante complejo en el que intervienen una serie de sustancias -proteínas y enzimas- que son las que actualmente están siendo investigadas con la esperanza de atajar la enfermedad y convertirla en un proceso crónico que no llegue a desembocar en la muerte.

Sin embargo, muy pronto se alzaron voces disidentes sobre esta explicación que, con el tiempo, se ha concretado -por decirlo de alguna forma- en tres «corrientes» de pensamiento (lea el lector el resumen del congreso celebrado en Colombia).

¿CÓMO SABER SI UNO ES «SEROPOSITIVO»?

Otro de los puntos de conflicto entre ortodoxos y herejes es la validez de las pruebas o tests utilizados para saber si una persona está infectada o no. Tests que, en principio, pueden hacerse mediante la detección directa del virus o alguno de sus subproductos -lo que se llaman métodos directos- o mediante la detección en la sangre del paciente de los anticuerpos que se producen al infectarse por el virus -métodos indirectos-.

Pues bien, cuando a alguien se le aplica uno de los métodos indirectos lo que en realidad se está haciendo es detectar si esa persona tiene o no un porcentaje demasiado bajo de linfocitos T4, que es el tipo de linfocitos que el organismo teóricamente activa de forma automática y natural para combatir infecciones... Y si es así, se dice entonces que la persona es seropositiva.

En cuanto a las pruebas o tests universalmente aplicados están, por un lado, los llamados «de criba», que tienen la capacidad de dar como positivos en todos los pacientes infectados, pudiendo dar falsos negativos, pero tienen el inconveniente de que sí pueden dar falsos positivos. De ahí que cuando alguien da positivo en uno de estos tests, debe someterse de inmediato a las llamadas pruebas de confirmación para asegurarse.

¿Y cuáles son los tests «de criba»? Pues los más conocidos -y aplicados- son el famoso método ELISA, que -básicamente- pone en contacto el suero sospechoso con anticuerpos específicos, detectándose una reacción en caso de positividad; su inconveniente es que en muchos casos esa reacción puede ser provocada por muy distintas alteraciones de la sangre y por eso aparecen con cierta frecuencia falsos positivos. Luego ese diagnóstico inicial debe, en consecuencia, ser confirmado posteriormente por otros sistemas más fiables -como la inmunofluorescencia indirecta, la radioinmunoprecipitación o el Western Blot (el más usado), que utilizan sistemas de marcaje radioactivo para fijar los anticuerpos- y que constituyen los llamados métodos directos porque detectan la presencia del virus -o alguno de sus subproductos- en la sangre. ¿Y cómo? Pues mediante la técnica PCR -creada, por cierto, por Kary Mullis, Premio Nobel de Química y uno de los médicos «disidentes» de la explicación oficial del Sida-, que permite localizar un fragmento determinado de los genes del virus que está en la sangre del paciente y realizar miles de copias, con lo que se puede así demostrar su presencia, aun en los casos en que la cantidad sea baja. Aunque actualmente se utiliza también mucho el sistema de detección del antígeno p24, que es una proteína viral característica del virus, de forma que si el paciente está infectado puede demostrarse su presencia en la sangre y establecer el diagnóstico.

En cualquier caso, estos métodos directos se aplican sólo en los casos de sospecha de infección si uno previamente ha dado seropositivo en un test «de criba» o indirecto, así como en los casos de niños nacidos de madres seropositivas.

Sin embargo, los médicos disidentes cuestionan la validez de tales pruebas aduciendo, por un lado, la poca especificidad y credibilidad de los métodos indirectos, porque son numerosas las causas que pueden provocar un falso positivo, argumento en el que tienen buena parte de razón. Y en cuanto a las pruebas directas -como el PCR o la determinación del antígeno p24-, ya que entienden que lo que se detecta con ellas no son sino partículas celulares creadas en las especiales condiciones del laboratorio o bien estructuras celulares conocidas como «microvesículas» y que no tienen nada que ver con virus externos a las propias células de la sangre o de los tejidos. En ese sentido, hay que decir que precisamente uno de los elementos actuales para evaluar el estadio de la enfermedad es el concepto de «carga viral», derivado de la multiplicación de los fragmentos del genoma viral determinado por la prueba del PCR y que precisamente su descubridor -el doctor Mullis, ya citado- niega que sirva para la detección del ADN de virus alguno y mucho menos que tenga especificidad para plantear los tratamientos que actualmente se están aplicando a los seropositivos.

LOS TRATAMIENTOS.

Por eso, de momento al menos -y en eso está todo el mundo de acuerdo- el mejor tratamiento del Sida es la prevención: medidas higiénicas, hábitos sexuales adecuados -incluyendo el uso del condón- y cuidado especial en las actividades médicas que comporten posibilidad de lesiones en las mucosas, como los dentistas, callistas, etc.

En todo caso, el problema empieza cuando a alguien se le diagnostica como seropositivo pero no se ha activado aún la enfermedad. La estrategia actual es conseguir convertir al Sida en una «enfermedad crónica» a base de proporcionar al organismo enfermo una serie de sustancias -los análogos nucleósidos y los inhibidores de las proteasas- que impiden la reproducción de los virus dentro de la célula. La primera de esas sustancias fue el famoso AZT, que acabó demostrando su total inutilidad en el tratamiento; y el último paso es la asociación de esa inútil sustancia con otras del mismo tipo -como el 3TC, el indinavir, la dianosina (ddI) y la zalcitabina (ddC)-. Por supuesto, las infecciones «oportunistas» causantes, al final, de la muerte del enfermo, se tratan con antibióticos de amplio espectro.

Alfred Hässig.Y, sin embargo, para los disidentes es precisamente el propio tratamiento el que produce el avance de la enfermedad en tanto destruye las defensas generales del organismo. Aunque algunos de estos «herejes», como el Dr. Alfred Hässig, defiende la teoría de que el Sida es realmente un problema de tipo autoinmune y aboga por un tratamiento a base de antioxidantes y proteasas. Decir, finalmente, que en esa misma línea, otro disidente -el Dr. Heinrich Kremer- que también niega la existencia del VIH y su relación con lo que llamamos Sida, cree que el futuro de la terapia de esta enfermedad se encuentra en proteasas como el condroitinsulfato, presente en los cartílagos animales.

En cualquier caso, habrá que esperar. El problema del Sida es realmente complejo.

Andrés Rodríguez Alarcón.


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