Como cada año por estas fechas, la atención mediática internacional se fija en las decisiones de los jurados que otorgan los seis Premio Nobel, cinco en Suecia y uno en Noruega.
Alfred Nobel |
Vale la pena sumarse a esa corriente para recordar y comentar algunos aspectos de este acontecimiento. En este caso, sobre la figura de su fundador, el “sueco-noruego” Alfred Nobel , y en el Premio Nobel de la Paz, que se concede en Oslo.
Sabido es que Nobel se hizo millonario gracias a su capacidad como científico para desarrollar el uso industrial y comercial de la nitroglicerina, descubierta anteriormente por un químico italiano. A su muerte, acaecida en 1896 en San Remo, había acumulado una fortuna que, ya en aquellos tiempos, se consideraba impresionante. Si sus familiares mantenían expectativas sobre el reparto de la herencia, debieron quedar defraudados y enfurecidos por la insignificante suma que les asignó. Pero la suerte estaba ya echada, con un testamento escrito a mano y debidamente firmado por quien durante tantos años de intenso trabajo y total dedicación había acumulado tan importante capital. Tras su fallecimiento, la práctica totalidad de la herencia se dedicó a la creación de los seis Premios que llevan su nombre.
A primera vista, da la impresión de que dos de ellos, el de Literatura y el de la Paz, concuerdan poco con lo que había sido la trayectoria personal e indirecta de aquel científico durante toda su vida: los cañones y la guerra. En otras palabras, parecía que su pensamiento, su visión de la sociedad, su interior más íntimo, coincidían poco con aquellos dos conceptos. Una verdadera incongruencia.
Sin embargo, en París y San Remo poseía bibliotecas importantes, tanto por la cantidad de volúmenes que albergaban como por su contenido. Entre sus autores se encontraban clásicos de la antigüedad y de su época, como Baudelaire, o los entonces modernos literatos escandinavos, Ibsen, Strindberg y Bjornson. Estos tres literatos podían ser considerados como paisanos suyos, dado que Suecia y Noruega formaban unión política y tenían un rey común en Estocolmo. Nobel no fue solamente un lector apasionado, ya que también escribió poesía y prosa, y en su juventud en San Petersburgo había traducido a Voltaire al sueco.
En su interior también debía ser un apasionado amante de la Paz, como consecuencia de sus 30 años de voluntario “exilio” por Europa, cuidando sus negocios y sus fábricas, lejos de la Unión Sueco-Noruega natal. Todo aquello le habría hecho ver y vivir un mundo más amplio y complejo de lo que era el caso para la mayoría de sus conciudadanos.
Mucho podríamos leer sobre la influencia que aparentemente ejercieron sobre él personajes como Beatrice Cenci o Berta Kinski. Algunos analistas van más allá, y destacan la influencia que pudieron tener las ideas anarquistas, observadas durante sus años de estancia en San Petersburgo. Políticamente hablando, se podría suponer que Nobel mantenía las ideas de un poderoso burgués de su época, aunque hay que presumir que con un corazón abierto al futuro. Todo ello nos hace pensar en un burgués atípico, cuyas ideas eran mucho más liberales de lo habitual en aquella época.
Parlamento de Oslo |
Si, como dice uno de los personajes de “La Verbena de la Paloma”: “ también la gente del pueblo tiene su corazoncito ”, ¿por qué no podía poseerlo un millonario? No podía ser pues un azar que en su testamento decidiera crear los ahora mundialmente conocidos Premios Nobel de Literatura y de la Paz.
Su última decisión testamentaria fue decidir dónde se otorgaría el Premio de la Paz, y escogió la, por aquel tiempo, oscura ciudad de Kristiania, (la actual Oslo), en cuyo Parlamento había políticos que mantenían ideas liberales y republicanas, más modernas de lo que era el caso en Estocolmo.
Posiblemente Nobel respetaba más a algunos de los incultos campesinos que tenían asiento en el Parlamento de Oslo, que a los elegantes aristócratas y nobles de su ciudad natal, Estocolmo. Tampoco es seguro de que se diera cuenta de la difícil tarea que ponía sobre los hombros de los responsables noruegos.
Aase Lionæs |
En relación con algunas de las desafortunadas decisiones tomadas en Oslo, se podría mirar hacia los graves problemas internos por los que ha pasado el Comité que decide el Premio de la Paz. La socialista Aase Lionæs, miembro del Comité durante treinta años consecutivos, muchos de los cuáles como Presidenta, se ocupa de ello en su libro “ Trevdeårskrigen for freden ”, con innegable conocimiento de causa.
Si errores ha cometido el Comité de Oslo, hay uno que en mi corazón supera a los demás: haber olvidado la desaparición de los regímenes dictatoriales de Grecia, Portugal y España, y no haber encontrado absolutamente a nadie a quién distinguir por haber luchado por la libertad, la democracia y la paz en aquellas tierras.
En el caso griego perdió una gran oportunidad. Lo mismo acaeció con la recobrada democracia de Portugal. Con España hubiera podido aprovechar la última ocasión, haciendo con ello honor colectivo a esos tres países que habían sufrido tan largas dictaduras.
La dictadura implantada tras la Guerra Civil española había levantado, en tierras nórdicas, un enorme foco de expectación, con el deseo de que España recobrara la paz y la libertad. La pisoteada democracia española estaba en el pensamiento de cualquier persona civilizada de estas tierras que compartiera su dolor. Existía la profunda esperanza de que, en un día no muy lejano, España recuperase su libertad. Pero Europa traicionó el sentir de sus pueblos, reconociendo la dictadura sin exigir que - como mínima condición indispensable – ésta renunciase a la sangrienta represión que durante años llevó a cabo.
Franco y Eisenhover |
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial parecía evidente que, derrotada la Alemania nazi, los ejércitos aliados desalojarían de un simple bandazo el último reducto totalitario que aún quedaba en Europa. Las voces de Radio Paris, la BBC de Londres, Radio Pirenaica, y tantas más, anunciaban nuevos tiempos de paz democrática para España. Sin embargo, la visita del presidente norteamericano a Madrid significó un reconocimiento para el dictador español.
¿Cuántas traiciones y esperanzas perdidas habían de añadirse todavía a la más triste página de la Historia de España?
Entrando en el reino de la especulación, se podría asegurar que, de haber sido el propio Alfred Nobel uno de los cinco miembros del Comité noruego que otorga el Nobel de la Paz, en la larga lista de personas que han recibido tal distinción aparecería ahora, como mínimo, uno de los tres siguientes nombres que fueron candidatos al mismo: Adolfo Suárez, Lluís Maria Xirinacs, o el Rey Juan Carlos de España.
Mirando lánguidamente hacia el pasado, con la perspectiva que da el tiempo, hay que lamentar que Adolfo Suárez fuese una oportunidad histórica desaprovechada por los cinco miembros del Nobel de la Paz.
Tanto en Noruega como en el resto de Europa, Adolfo Suárez fue unánimemente considerado como una figura providencial, por haber sido en 1975 la llave que abrió nuevos horizontes para España. Hasta tal punto se le admiraba y respetaba que, en la propia Noruega, grandes figuras de la política del país, de todos los colores y tendencias, creyeron necesario firmar una propuesta propia para adjudicarle el galardón. Aquella valiente petición tuvo el apoyo masivo de instituciones, medios informativos, y del hombre de la calle.
Aparentemente ciegos y sordos, los cinco miembros del Comité dejaron pasar la más auténtica oportunidad que hasta le fecha habían tenido sobre su mesa de trabajo para poder corregir olvidos del pasado. Simple y llanamente, hubiera bastado sumarse a la marea de voces que, desde todos los ángulos, pedían que el nombre de Adolfo Suárez entrara en la lista de los elegidos para tan conocido Premio. Y quizás lo más importante: en aquellos difíciles momentos de la Transición, España lo necesitaba.
Sin entrar a cuestionar los méritos que de seguro adornan y validan a más de un galardonado con el Nobel de la Paz, sí podemos concluir que ni están todos los que son, ni son todos los que están.